viernes, 13 de mayo de 2016

Con ojos americanos. Informe MacGregor, de Carme Riera



Título: Con ojos americanos. Informe MacGregor. (título original: Amb ulls americans)
Autor: Carme Riera
Publicado: original (Amb ulls americans), 2009 por Editorial Proa, col·lecció A tot vent. En castellano, 2009, por Ediciones B, S.A., para el sello Bruguera Narrativa
Calificación:(3)



“La Barcelona de los Forestier tenía poco que ver con la que me había enseñado mi ex, siempre con el miedo a ser reconocido, o con la que había descubierto en mis paseos solitarios. La de Puigdevall era de zulo adentro, una Barcelona de letra impresa y vídeo, la misma que yo hubiera podido conocer desde Estados Unidos, a base de lectura y conexión a Internet. Una Barcelona, por un lado, virtual y, por otro, sólo entrevista a través de una especie de burka. La mía, la Barcelona de mis paseos mañaneros, cuando me escapaba del sótano, era una ciudad de fachadas y desconocidos, de modernismo del Quadrat d’Or y tiendas lujosas en la zona noble, donde campaba a sus anchas la raza amarilla, que, a partir de la fea y desabrida plaza de Cataluña, en parte ocupada por negros desarraigados y borrachos nocturnos cuyos vómitos y meados se secaban al sol de la mañana, se convertía en otra bien distinta. Ramblas abajo era una ciudad de guiris, como yo, a cuyo reclamo habían surgido bares iguales a otros bares y variados hombres estatua, la muerte con guadaña en bicicleta, Flora, Tutankamon, Charlot; tullidos, que exhibían sus miserias frente a las tiendas de souvenirs regentadas por paquistaníes, y viejas prostitutas que ocupaban las esquinas de las calles adyacentes a la estatua de Pitarra. Sólo al final de la Rambla, junto a Colón, la ciudad parecía respirar, sin agobios y a pleno pulmón, el aire del mar. Pero esa Barcelona se parecía muy poco a la que después conocí y en la que gracias a los Forestier pude penetrar, y nunca mejor dicho. Era la Barcelona de toda la vida, como decían ellos, poco bullanguera, reservada, en cuyas casas, casi tan acolchadas como sus cajas fuertes, los pasos quedaban siempre amortiguados por las alfombras de importación, compradas en tiendas de antigüedades o en el extranjero, y la vista dudaba si pararse a contemplar un Picasso de la época azul o un cometa de Miró, una gitana de Novell o una antepasada pintada por Casas, que pendían de las paredes, obras de arte valiosísimas a las que, en apariencia, nadie hacía caso. Comprendí hasta qué punto el silencio, la tranquilidad y la discreción sólo pueden ser, en buena medida, patrimonio de los ricos. Sus negocios, transacciones, compras e inversiones quedan lejos del bullicio en que viven inmersos los pobres o son los administradores, testaferros, apoderados o sicarios quienes se encargan de llevarlos a cabo. En la zona de Pedralbes se oían los pájaros, el aire era limpio, todos, criados incluidos, nos duchábamos y aseábamos cada mañana y nos lavábamos las manos al regresar de la calle…”



Imaginaos por un momento que una nave espacial viniera de una galaxia remota, y de pronto, aterrizara en el planeta y, además de conocer la rareza de la especie humana, aterrizara en un lugar como Catalunya (o, por ende, España). Pues poner a un americano viene a ser lo mismo: ni saben dónde ni que es Catalunya, poco menos conocen España, que, a preguntas de muchos, situarían a la altura de México o de Colombia, ni mucho menos conocen ni costumbres ni tradiciones, y solo asocian con imágenes de toreros, flamencas y olé. Y que conocen Barcelona sólo a expensas de la fama que nos dieron los Juegos Olímpicos de 1992. Total, como un extraterrestre.

A partir de este punto surge el Informe MacGregor, la visión de Catalunya con ojos americanos es una especie de relato satírico que el protagonista, George MacGregor hace de Barcelona, por ende de Catalunya, y más allá, de sus realidades diversas y confrontadas, hecho desde una perspectiva irónica e hilarante, con todos los acontecimientos que a este americano, joven periodista, le van sucediendo desde que acepta viajar a Barcelona, por una beca ofrecida por un asesor del Ayuntamiento de Barcelona, en visita oficial a Nueva York, hasta su marcha al final del relato. Sin duda, un constante “descojone” desde el inicio al fin, una visión crítica de nuestra sociedad y de nuestra clase política, de la hipocresía, de la corrupción, de las bajezas morales, de la picaresca, pretendiendo hacerse desde una visión foránea, que lleva a la autora, Carme Riera, a cuestionar y poner un punto crítico a ciertos estereotipos del nacionalismo catalán y español, y lo hace, además, contemporaneizando al protagonista con los hechos de estos últimos años, antes del auge del independentismo de los últimos cinco: la etapa post-Pujol, la etapa Maragall, la etapa Montilla, la etapa Zapatero, el català emprenyat que, finalmente, ha desembocado en la situación política actual…

De aquí surge un relato, divertido y fresco, como quien realmente redacta un informe muy “informal”, con el que Carme Riera hace divertir a sus lectores, pero sin ser ésta, precisamente, una de sus mejores obras. Yo recomiendo su lectura, porque, eso sí, me lo he pasado en grande leyéndolo.

No os perdáis, sobre todo, las descripciones de las personas: alguna os sonará, como la que hace de un alcalde de Barcelona que metía la pata por doquier y que, después la siguió metiendo hasta el fondo de ministro y que acabó de embajador en no sé qué país del Oriente Medio (no sé porque me recuerda a aquel que bailó con Carlinhos Brown, jajajaja, que gran alcalde Joan Clos…). A algunos los nombra directamente, a otros personajes los camufla, pero reconoceréis a más de uno, y sobre todo, reconoceréis que, en el fondo, poco han cambiado las cosas, a pesar de estos últimos años de auge del independentismo.

Apunte final: Carme Riera i Guilera, nacida en Palma de Mallorca en 1968, es escritora (en catalán y castellano) y catedrática de Literatura Española y miembro de la Real Academia Española desde 2012, y ganadora de innumerables premios literarios, entre los que destaca el Prudenci Bertrana de 1980, el Ramon Llull de novela en 1989, Premi Nacional de Literatura en 2001, Creu de Sant Jordi en el 2000, y Premio Nacional de las Letras Españolas en 2015. Entre sus obras, aparte de Con ojos americanos, destacan desde su primera, en 1975, Te deix amor, la mar com a penyora hasta su última publicación en 2015, La veu de la sirena, alrededor de veinte obras, como las premiadas Joc de miralls, Dins el darrer blau, Cap al cel obert, La meïtat de l'anima, entre otras, que hacen de esta escritora una de las más importantes en lengua catalana.



jueves, 28 de abril de 2016

Sagapò (Te quiero), de Renzo Biasion



Título: SAGAPÒ (TE QUIERO)

Autor: Renzo Biasion. Traducción de Juan Díaz de Atauri Rodríguez de los Ríos
Publicado: original (Sagapò), 1991 por Giulio Einaudi Editore s.p.a. Torino. En España, 2012, por Acantilado, Quaderns Crema S.A.U.
Calificación: (4)



“En esa época estaba tan ocupado en defenderme, en buscar algún modo de salvarme, que no tenía tiempo de pensar en Pagliarulo; le veía perecer de día en día, como si algún parásito desconocido se le hubiera introducido en el estómago y, royéndolo, le estuviera vaciando por dentro; de día en día se volvía más delgado, se le hacía más aceitunado el color.

No dejaba de molestarme aquella angustia amorosa de la que claramente se me excluía. Su obstinado mutismo tenía algo de ingratitud. Allí, donde todo era tan terrenal, aquel encerrarse en sí mismo, aquel espiritual y solitario vagar y sufrir, podían esconder un sentimiento de superioridad y de desprecio. Hasta tal punto la necesidad me había encerrado en mi egoísmo, de tal modo había oscurecido mi perspicacia, que no me daba cuenta de que Pagliarulo se estaba apagando como una llama sin combustible, que poco a poco se hace más pequeña y llega un momento en que basta un breve soplo de aire para agitarla y el roce de un dedo para extinguirla. Algo más grande que él le había golpeado el corazón, quizá la antigua maldición de aquella oscura tierra. Ni siquiera me di cuenta, ni aun del modo más vago – y esto es para mí un dolor que aún no me ha abandonado del todo, que me sigue abrumando, que todavía me quema -, de lo que estaba madurando su mente trastornada. Empezó por regalar la ropa a los compañeros. Y la última noche que le vi en el mundo me pidió que le escribiera una carta a casa. Que dijera esto y aquello; que saludara a los familiares, a los que no veía desde hacía cuatro años, a los amigos. Una carta larga y meticulosa, que me aburrió y que acorté, harto de tantas repeticiones inútiles. Al día siguiente, a las dos de la tarde, oímos un disparo de fusil bastante cerca. Uno de los tiros habituales, al que nadie hizo caso. Pero, al anochecer, un soldado se encontró con un cuerpo semidesnudo y, cuando se inclinó para verlo, advirtió que tenía un pequeño orificio en la barbilla, y, justo debajo, una mancha que había formado la sangre al salir y que ahora, absorbida por la arena, era casi negra.

Lo enterramos al día siguiente y sobre la tumba pusimos una cruz tosca, en la que el teniente escribió el nombre, la unidad, el año de nacimiento y el de la muerte. El oficial aprovechó la ocasión para hacer un comentario sarcástico sobre los jefes ‘que nos dejaban morir en paz’. Tres días después, una mujer con velo bajó de un camión alemán y preguntó por el soldado Pagliarulo. Se corrió la voz como el rayo. Era Katina.
Sólo en parte fui testigo de cuanto sigue, que resumo brevemente; pero conocía a Katina y puedo suplir con la imaginación lo que no vi.

Nadie consiguió ver una lágrima en los ojos de Katina. Su cara de ídolo pagano no se descompuso ante la cruz con el nombre de Pagliarulo. No preguntó cómo había muerto. Y estaba tan guapa, tan impenetrable y fría que todos la miraban. Pero nadie se atrevió a hablar con ella, a preguntarle de dónde venía, cómo se las había arreglado para pasar las barreras del campo atrincherado. Todo el tiempo que estuvo en el campamento se movió ligera con sus largas piernas, los pies descalzos, como un animal silencioso y elástico, hasta que se sentó con las piernas cruzadas junto a la tumba. No podría decir cuánto tiempo estuvo allí sentada. Nosotros nos mantuvimos aparte, metidos en nuestras madrigueras y, aunque no era más que una prostituta griega, respetamos su dolor. Y hasta apareció entre los soldados una intensa corriente de simpatía que rompió el terrible egoísmo de nuestra mísera condición. Uno le llevó agua; otro alguna tableta de chocolate, un tercero una hogaza de pan. El teniente, que tanto había oído hablar de ella, aunque nunca la había visto, la miraba presa de emociones contradictorias, y no dijo más que algunas pocas palabras, con una voz ronca que se la ahogó de repente en la garganta. Al anochecer, Katina se levantó, se recogió el vestido y se tapó la cara hasta los ojos con el pañuelo blanco. En derredor se formó un corro de soldados, un corro mudo, pero lleno de solicitud. Había en su cama, en la fijeza de su mirada sin expresión, una superioridad que no puede expresarse con palabras. Su extraordinaria belleza, que nada había conseguido degradar ni destruir, y su encanto misterioso y sensual no eran ajenos a aquel dominio. No saludó a nadie, ni se volvió cuando llegó a la carretera. El único camión de Timpakion, que al anochecer los alemanes salvajemente borrachos hacían girar aullando alrededor de los restos de la iglesia, le pasó rozando envolviéndola en una nube de polvo. Afortunadamente no la reconocieron, o en la creciente oscuridad no se dieron cuenta de que estaba allí, o fue ella la que se escondió tras algún matojo. El hecho es que el camión no se detuvo y siguió tronando con su carga vociferante.

¿Qué haría Katina aquella noche de soledad? La vimos dirigirse a las montañas, erizadas de precipicios, sin caminos. ¿Estuvo vagando largo rato sin meta, sin que su orgullo obstinado se doblegara, o se quebró finalmente y lloró y aulló su dolor como una criatura golpeada por el destino? Para quienes la recogieron en el fondo de un precipicio al cabo de una semana fue muy difícil reconstruir qué pudo haber pasado. Desconocían las causas, no podían saber si había sido un accidente u otra cosa. El sobrevolar de unos buitres fue la señal; unos soldados descendieron; contaron que, en el aire encantado de los acantilados, entre los gritos de los pájaros, encontraron el cuerpo de una mujer guapísima, con un brazo recogido, y los senos casi completamente descubiertos. Aún estaba caliente, dijeron, y sin señales de heridas. Con los ojos cerrados, como si estuviera dormida. Por eso imagino que luchó algunos días consigo misma, antes de romper definitivamente con su desolación terrenal. O quizá tan sólo quiso refugiarse en la áspera altiplanicie sfakiota, entre la gente de su raza. Quizá trepó por las sendas vertiginosas que llevan a la casi inaccesible meseta y, luego, siguiendo otras sendas, y otras sin fin, fue acometida por el miedo. Miedo de seguir, miedo de retroceder. La abandonarían entonces las fuerzas y la invadiría la desesperación. No es que quiera yo encumbrarla atribuyéndole un fin fantástico. Convertirla en una Julieta de nuestro tiempo. Los hechos tienen esta grandeza cruel y yo no soy más que un pobre cronista. Antes de arrojarse al horrible precipicio, Katina lanza un grito desesperado. ‘¡Oh, naturaleza! ¿Por qué te encarnizas con los frutos de tu vientre?’”

Tengo que reconocer que, cuando elegí este libro, lo hice sin mucha convicción. El autor no es precisamente muy conocido, pero en un suplemento semanal de Cultura de un famoso periódico de tirada nacional lo recomendaron, y pensé en leerlo, sin tener muchas expectativas. Después de su lectura, debo decir que me ha sorprendido gratamente. 

Me gustaría, en primer lugar, hablar del autor y del contexto en que se desarrolla este “racconto”, esta pincelada novelada de este autor, Renzo Biasion, que compaginó el oficio de pintor, crítico o profesor de arte con el arte, poco prolijo y escaso, de escribir, pero sin perder de vista su faceta pictórica, que después veremos que es determinante para caracterizar la prosa del relato, llena de descripciones totalmente realistas, como un “cuadro”, con un desarrollo detallado de descripciones de paisajes y personajes.

Renzo Biasion nace en Treviso en 1914, y dedica su vida a la pintura y al arte, como profesor y como crítico. Escasamente se dedicó a la obra literaria, siendo Sagapò una de sus pocas incursiones en el género escrito. Pero su vida se vio alterada por la entrada en guerra de Italia, como aliada de Alemania, formando parte del Eje, cuando es llamado a filas y es destinado al frente greco-albanés. Italia entra en guerra con Grecia en 1940, a la que invade con la pretensión de crear un nuevo Imperio Romano que ocupara parte de la Europa oriental y del norte de África, pero que, sin la ayuda inestimable de su aliado “tedesco” no podría haber desarrollado una campaña ni mucho menos efectiva: las tropas italianas estaban mal preparadas, mal dirigidas y carecían del orden y la disciplina de los alemanes, siendo más efectivos como conquistadores en otros campos, como el amoroso, que en el campo de batalla. Y esto es lo que transmite en Sagapò. Biasion participó en la campaña griega, luchando en el Peloponeso, en Rodas, en Creta…, hasta el armisticio del general Badoglio con los aliados, en 1943, con lo que el ejército italiano pasa a ser considerado enemigo de Alemania, por lo que fue deportado y confinado en Alemania, Holanda y Polonia, donde empieza a escribir esta que sería su obra más importante y que, por cierto, fue la base de la película Mediterráneo, de Gabriele Salvatores (1990), que adapta al cine el “racconto” de Biasion. Posteriormente a la liberación, volvió a su antiguo oficio de crítico y profesor de arte.

Y es en este contexto de la contienda ítalo-griega, donde se desarrolla la historia de Sagapò (Te quiero), una historia plagada de anécdotas de todo tipo, pero también de las circunstancias más trágicas de la guerra: amor, humor, pero también muerte, desesperación… Y todo ello en unas descripciones de paisajes, de personas e incluso del tempero, describiendo mar, tierra y cielo con los colores de una paleta de pintor, tal como dice Oreste del Buono en el prólogo: “Una palabra escrita para evocar la emoción de la luz, exactamente igual que un dibujo que desembocara en un cuadro. La luz lo devora todo, incluso el horror y la miseria, la degradación y la desesperación, la voluntad y el miedo, la extenuación y la obscenidad, la rebelión y la abulia, la resignación y el arrepentimiento: la emoción en sí y por sí, en definitiva, de garantizar la supervivencia, incluso en la propia aceptación de la muerte, en el olvido mismo, en la desaparición personal. Algo en la luz.” 

Es, pues, una historia acompañada de una más que hiperrealista y cuidadosa descripción o dibujo, que llega hasta ese punto de ser un pintor con su paleta de colores, pero que sustituye sus trazos en el cuadro por palabras con las que sustituye a los colores. Llega, y este punto me sorprende ciertamente, incluso a ser, en la descripción de personajes, como los soldados, hasta un cierto punto homoerótico, como por ejemplo: “Todos los días, al anochecer, vamos al mar. Cruzamos el pantano y cuando llegamos a las rocas nos desnudamos. Entre las rocas, el agua está tan limpia que se ve el fondo. Gargini se sube a la roca más alta y se zambulle, luego efectúa ciertas evoluciones subacuáticas para las que se vale de una piedra que le facilita llegar más rápidamente al fondo. Su cuerpo desnudo bajo el agua es como una gran flor que se abre y se cierra a intervalos regulares. Dan unas ganas irresistibles de acariciarle con la palma de las manos sus miembros suaves e ingrávidos. (…) Gargini es tan guapo que verle moverse y vivir arrebata. Le hago caminar por la arena: tiene unos andares como pasos de baile. Cuando se apoya en la cadera, los músculos relajados dibujan ritmos suaves y fuertes. El teniente Viti, que es escultor, se ha enamorado de él al punto de querer llevárselo a toda costa a su compañía. Pero Gargini se ha echado a reír cuando ha oído sus proposiciones”.

Sorprende, sobre todo, porque el leitmotiv de esta novela, aparte de hablar de los episodios de la contienda, es la relación de los soldados italianos con la población indígena griega, pero sobre todo, con sus mujeres, a las que tienen más conquistadas que al territorio, que traen de cabeza a la soldadesca, y que forman parte del relato y la descripción que Biasion hace de ese periplo griego, del que no deja de ser protagonista, y del que, probablemente, en alguno de sus relatos, él mismo lo ha sido. Sagapò, ese te quiero, es un te quiero a Grecia, pese al calor, al horror de la guerra, es un te quiero a esa población femenina, en forma de mujer aguerrida y fuerte, trabajadora y superviviente, de prostitutas y deseos, de amor, de romanticismo, de carácter latino,… Un te quiero demasiado truncado por los hechos de la contienda, de la guerra, sucesos luctuosos, que también describe con trazos suaves, pero de extrema crudeza… 

Así es Sagapò (Te quiero). Así se desarrolla el libro… Voy a dejar que lo descubráis y que lo saboreéis. Espero que os guste…

jueves, 7 de enero de 2016

Los magos de Oriente



Según la tradición cristiana, una estrella guio a los tres Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, al lugar donde nació el Niño Jesús, ese guía que ha regido los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad, el cristianismo, con miles de millones de seguidores, hace ya, si nos regimos por esta tradición, dos mil dieciséis años. 

Esos magos de Oriente traían regalos y presentes en forma de oro, incienso y mirra, que ahora se manifiestan en la tradición secular de hacer regalos a los niños en la fecha de la Epifanía del Señor, que se celebra en la fecha del seis de enero.

Bien, hasta aquí la tradición. Ahora vamos a hablar de otras personas que también vienen de Oriente, pero que, para una parte de la población europea son menos esperados que los magos de Oriente.

Las guerras, el terrorismo y el hambre y la falta de oportunidades hace que, desde Oriente, también haya una gran cantidad de gente que, siguiendo la estela de las estrellas de Europa, esas que forman la bandera de la libertad, la igualdad y la solidaridad (aunque solo es la teoría), vienen cargados, no de oro, incienso y mirra, sino de sus parcas pertenencias y una gran dosis de esperanza, e intentan acceder a ese territorio de paz y de esperanza para ellos, sin importarles el tremendo riesgo que comporta ser o intentar ser refugiados sin permiso de entrada, intentar superar todos los obstáculos e incluso sortear la muerte, que en muchos casos  ha acaecido sobre esta gente.

Europa, que ahora es territorio de paz y de libertad, ha sido tierra de guerras, sufrimiento, refugiados y muertos, y tampoco hace tanto tiempo (solo nos hace falta recordar la reciente guerra de los Balcanes, en los años noventa del pasado siglo), pero que tuvo, sin duda, sus máximos exponentes en las dos guerras mundiales del pasado siglo, con millones de muertos y desplazados, y la guerra fría posterior entre las potencias mundiales.

Esa Europa que tanto sufrió y que tanto ha luchado por conseguir ese territorio de paz y libertad, en muchos casos niega ahora la entrada a esos refugiados sirios, afganos o eritreos, por poner alguna nacionalidad a los refugiados que, al fin y al cabo, son personas. Sí, personas, como nosotros, a los que no podemos negar nuestra solidaridad, sobre todo cuando nosotros, por ejemplo, los españoles, también fuimos emigrantes y refugiados en territorio europeo, después de nuestra Guerra Civil, del posterior franquismo y de los que emigraron huyendo de la autarquía económica franquista, que no permitía el desarrollo como el resto de países occidentales. Fueron miles, millones de españoles, que fueron refugiados en Europa y América, que salieron con lo puesto, como en el caso de los refugiados de la guerra, o que salían de sus pueblos con una maleta de cartón con cuatro trapos para vestirse y huían a las grandes ciudades, en la emigración interior, o a los países con mayor nivel de desarrollo, como Suiza o Alemania, en busca de un futuro mejor…

Que decir de los millones de refugiados que las guerras mundiales y la guerra fría dejaron en Europa, donde las persecuciones, la pobreza, la guerra o el hambre, causaron tantos miles de desplazamientos interiores y exteriores dentro de Europa y hacia América, también buscando un territorio de paz y libertad: checos, húngaros, polacos…, muchos nacionales de países que ahora rechazan acoger refugiados dentro de sus países, alegando razones de seguridad, como si las imágenes de familias enteras, con niños pequeños, ancianos, mujeres y hombres no nos dieran cuenta de la enorme tragedia que sufren, como si la imagen de esos barcos sobrecargados de gente, que se hunden en el Egeo y que provocan víctimas como el pequeño Ailan, no nos sobrecogieran y solo pensáramos en que pueden ser terroristas o que van a acabar islamizando Europa, como si en sus mentes estuviera esa idea, solo esa idea, la de invadir, como si lo de marcharse de su tierra fuera cosa de su gusto y disfrute, y solo pensaran en invadir a esos países de tan honda tradición.

Oír a presidentes como el de la República Checa diciendo sandeces sobre la cantidad de hombres solteros que vienen a invadir Europa, o la imagen de la periodista húngara zancadilleando a un refugiado con su hijo, nos dan idea de la idea que estos dirigentes (y algunos de sus nacionales) tienen sobre Europa. Claro que precisamente esos países son de lo más euroescéptico. Solo hay que ver a los húngaros, que permiten a una milicia paramilitar recorrer las calles y perseguir a judíos, gitanos y homosexuales, o las declaraciones eurofóbicas de los presidentes checo y polaco…

Y, sobre todo, debemos pensar que Europa también es parte en los conflictos que obligan a iraquíes, sirios, afganos o eritreos a huir de sus tierras. Cuando ha convenido por sus intereses económicos o estratégicos, no les ha dolido prenda intervenir militar o diplomáticamente en sus conflictos internos. Además se encuentran en el origen de las armas que utilizan para matarse entre ellos. 

Pero hay una culpa aún más grande: en Oriente Medio, el reparto y división después de la desaparición del Imperio Otomano está en el origen de muchas de las guerras y conflictos actuales. Y en la actualidad, cuando interesó hacer contrapeso al Irán chií, no se dudó en armar a suníes o otros grupos para combatir, y que han sido el origen de Al Qaeda o del Estado Islámico, del que ahora se hace enemigo público.

Por cierto, también se habla negativamente de la denominada islamización de Europa y se estigmatiza a los creyentes en el Islam como si fueran todos sospechosos de terrorismo, cuando hemos sido los primeros en fomentar cualquier extremismo, al fomentar el racismo y la xenofobia contra ellos. Y aún nos extraña que haya jóvenes que se sientan rechazados y quieran radicalizarse…

Pero no todo en Europa es esa imagen de insolidaridad. También hay imágenes de solidaridad que nos dan margen de esperanza. Las imágenes de los voluntarios que prestan sus servicios en el salvamento de personas que vagan en barcuchos y pateras, ya no solo en el Egeo, sino en el resto del Mediterráneo, así como las actuaciones de tantas ONG’s y también de algunos gobiernos que sí han abierto sus fronteras a los refugiados, hacen que aún podamos pensar en un mundo mejor.

2016 puede ser el año de la solidaridad. Hace 2016 los magos de Oriente fueron solidarios con un niño pobre, nacido en un establo, y que ha marcado, para bien o no, la vida de tantos y tantos millones de europeos y del resto del mundo. 2016 años después hemos de crear la magia necesaria para que seamos los europeos los que ahora mostremos nuestra solidaridad.

Que así sea…