jueves, 7 de enero de 2016

Los magos de Oriente



Según la tradición cristiana, una estrella guio a los tres Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar, al lugar donde nació el Niño Jesús, ese guía que ha regido los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad, el cristianismo, con miles de millones de seguidores, hace ya, si nos regimos por esta tradición, dos mil dieciséis años. 

Esos magos de Oriente traían regalos y presentes en forma de oro, incienso y mirra, que ahora se manifiestan en la tradición secular de hacer regalos a los niños en la fecha de la Epifanía del Señor, que se celebra en la fecha del seis de enero.

Bien, hasta aquí la tradición. Ahora vamos a hablar de otras personas que también vienen de Oriente, pero que, para una parte de la población europea son menos esperados que los magos de Oriente.

Las guerras, el terrorismo y el hambre y la falta de oportunidades hace que, desde Oriente, también haya una gran cantidad de gente que, siguiendo la estela de las estrellas de Europa, esas que forman la bandera de la libertad, la igualdad y la solidaridad (aunque solo es la teoría), vienen cargados, no de oro, incienso y mirra, sino de sus parcas pertenencias y una gran dosis de esperanza, e intentan acceder a ese territorio de paz y de esperanza para ellos, sin importarles el tremendo riesgo que comporta ser o intentar ser refugiados sin permiso de entrada, intentar superar todos los obstáculos e incluso sortear la muerte, que en muchos casos  ha acaecido sobre esta gente.

Europa, que ahora es territorio de paz y de libertad, ha sido tierra de guerras, sufrimiento, refugiados y muertos, y tampoco hace tanto tiempo (solo nos hace falta recordar la reciente guerra de los Balcanes, en los años noventa del pasado siglo), pero que tuvo, sin duda, sus máximos exponentes en las dos guerras mundiales del pasado siglo, con millones de muertos y desplazados, y la guerra fría posterior entre las potencias mundiales.

Esa Europa que tanto sufrió y que tanto ha luchado por conseguir ese territorio de paz y libertad, en muchos casos niega ahora la entrada a esos refugiados sirios, afganos o eritreos, por poner alguna nacionalidad a los refugiados que, al fin y al cabo, son personas. Sí, personas, como nosotros, a los que no podemos negar nuestra solidaridad, sobre todo cuando nosotros, por ejemplo, los españoles, también fuimos emigrantes y refugiados en territorio europeo, después de nuestra Guerra Civil, del posterior franquismo y de los que emigraron huyendo de la autarquía económica franquista, que no permitía el desarrollo como el resto de países occidentales. Fueron miles, millones de españoles, que fueron refugiados en Europa y América, que salieron con lo puesto, como en el caso de los refugiados de la guerra, o que salían de sus pueblos con una maleta de cartón con cuatro trapos para vestirse y huían a las grandes ciudades, en la emigración interior, o a los países con mayor nivel de desarrollo, como Suiza o Alemania, en busca de un futuro mejor…

Que decir de los millones de refugiados que las guerras mundiales y la guerra fría dejaron en Europa, donde las persecuciones, la pobreza, la guerra o el hambre, causaron tantos miles de desplazamientos interiores y exteriores dentro de Europa y hacia América, también buscando un territorio de paz y libertad: checos, húngaros, polacos…, muchos nacionales de países que ahora rechazan acoger refugiados dentro de sus países, alegando razones de seguridad, como si las imágenes de familias enteras, con niños pequeños, ancianos, mujeres y hombres no nos dieran cuenta de la enorme tragedia que sufren, como si la imagen de esos barcos sobrecargados de gente, que se hunden en el Egeo y que provocan víctimas como el pequeño Ailan, no nos sobrecogieran y solo pensáramos en que pueden ser terroristas o que van a acabar islamizando Europa, como si en sus mentes estuviera esa idea, solo esa idea, la de invadir, como si lo de marcharse de su tierra fuera cosa de su gusto y disfrute, y solo pensaran en invadir a esos países de tan honda tradición.

Oír a presidentes como el de la República Checa diciendo sandeces sobre la cantidad de hombres solteros que vienen a invadir Europa, o la imagen de la periodista húngara zancadilleando a un refugiado con su hijo, nos dan idea de la idea que estos dirigentes (y algunos de sus nacionales) tienen sobre Europa. Claro que precisamente esos países son de lo más euroescéptico. Solo hay que ver a los húngaros, que permiten a una milicia paramilitar recorrer las calles y perseguir a judíos, gitanos y homosexuales, o las declaraciones eurofóbicas de los presidentes checo y polaco…

Y, sobre todo, debemos pensar que Europa también es parte en los conflictos que obligan a iraquíes, sirios, afganos o eritreos a huir de sus tierras. Cuando ha convenido por sus intereses económicos o estratégicos, no les ha dolido prenda intervenir militar o diplomáticamente en sus conflictos internos. Además se encuentran en el origen de las armas que utilizan para matarse entre ellos. 

Pero hay una culpa aún más grande: en Oriente Medio, el reparto y división después de la desaparición del Imperio Otomano está en el origen de muchas de las guerras y conflictos actuales. Y en la actualidad, cuando interesó hacer contrapeso al Irán chií, no se dudó en armar a suníes o otros grupos para combatir, y que han sido el origen de Al Qaeda o del Estado Islámico, del que ahora se hace enemigo público.

Por cierto, también se habla negativamente de la denominada islamización de Europa y se estigmatiza a los creyentes en el Islam como si fueran todos sospechosos de terrorismo, cuando hemos sido los primeros en fomentar cualquier extremismo, al fomentar el racismo y la xenofobia contra ellos. Y aún nos extraña que haya jóvenes que se sientan rechazados y quieran radicalizarse…

Pero no todo en Europa es esa imagen de insolidaridad. También hay imágenes de solidaridad que nos dan margen de esperanza. Las imágenes de los voluntarios que prestan sus servicios en el salvamento de personas que vagan en barcuchos y pateras, ya no solo en el Egeo, sino en el resto del Mediterráneo, así como las actuaciones de tantas ONG’s y también de algunos gobiernos que sí han abierto sus fronteras a los refugiados, hacen que aún podamos pensar en un mundo mejor.

2016 puede ser el año de la solidaridad. Hace 2016 los magos de Oriente fueron solidarios con un niño pobre, nacido en un establo, y que ha marcado, para bien o no, la vida de tantos y tantos millones de europeos y del resto del mundo. 2016 años después hemos de crear la magia necesaria para que seamos los europeos los que ahora mostremos nuestra solidaridad.

Que así sea…

…invisibilidad



1 de Enero de 2016. Primer día del año. Día de hacer propósitos, buenos propósitos, para el año que empieza. Intentar enmendar todo lo hecho (o lo no hecho) en el año anterior (o en todos los anteriores). Siempre me digo que no me arrepiento de nada de lo hecho, pero si me arrepiento de lo no hecho, o de todo lo que queda por hacer.

El amor, un año más, no ha llegado en el 2015 (ni en el 14, ni en el 13, ni en el 12, ni, ni, ni…). Soy un nini del amor: ni hago ni dejo hacer, ni todo lo contrario.

Me he vuelto un solitario casi sin esperanza, con buen humor, porque solo faltaría no tenerlo, para afrontar esa solitud, ya no sé si buscada o encontrada, no lo sé ni soy consciente. Forma parte de mi personalidad nini…

Ayer (o hoy, según se vea), alguien me dijo algo que me hizo reaccionar en mi alma nini. 

Después de las tradicionales campanadas de Fin de Año y comienzo del nuevo año, en familia, y brindando por el año nuevo, con nuevas (viejas) esperanzas y buenos (pero viejos) propósitos para el año nuevo, para este 2016 que se inicia, y que yo siempre brindo con el añadido “y que el año que viene seamos uno más” (llevo repitiéndolo los últimos tropecientos años, con la consecuente risotada de los míos, que ya no me toman en serio para nada), salí con un amigo a tomar algo. 

Fuimos a un local totalmente repleto de gente. Veníamos completamente disfrazados de un cotillón de un local anterior, donde nos habían acompañado mi hermana y mi cuñado, con sombrero, gafas de broma, serpentinas y hasta las maracas de Machín.

Entramos en el local y, aunque prácticamente no cabía una aguja, logramos hacernos con una esquina de la barra, esperando a que las atolondradas camareras del local nos atendieran. Solo miraban pero no tomaban nota de lo que queríamos. 

De pronto, una cara bonita se giró hacia mí, que ya tenía una cierta cara de desesperación por tomar un gintónic, y me alargó su brazo con una cerveza en la mano… “Toma”, me dijo, con una bonita sonrisa en su cara, “parece que no te ven…, a nosotros nos han hecho lo mismo”. Yo sonreí y le dije que se lo agradecía, pero no, que esperaba a que me atendieran. Y con la mejor de las sonrisas, y con esa cara bonita que tenía me dijo: “Quítate la capa de la invisibilidad, y así todos te verán”.

La capa de la invisibilidad. Esa pequeña muestra de solidaridad etílica propia de una fiesta de Fin de Año, o de cualquier fiesta de este calibre, me dejó estas palabras que sonaron en mi cabeza como un bálsamo para mi autocomplacencia, pero que a la vez se ha convertido en mi primer buen propósito (o en mi primer intento de realizar un buen propósito) del ejercicio en curso. 

Iniciar el 2016 con el propósito de quitarme la capa de la invisibilidad para que así todos me vean como soy y me quieran como soy, y así intentar encontrar ese punto de inflexión que me permita encontrar a ese amor que tanto sueño y que tanto anhelo. Para que me vean e intenten acceder a ese corazón solitario que camina sin rumbo fijo por el mundo, y que piensa que es un raro o un extraño, cuando tantos hay (mal de muchos, consuelo de tontos…), y que se muestra autocomplaciente con determinadas cosas, debe empezar la aventura de quitarse el velo de la invisibilidad y empezar a reaccionar para dejar de ser autocomplaciente y dejar de subestimarse.

A ver si el año que viene, para Fin de Año, realmente seamos uno más a brindar en Nochevieja, que no sea un propósito, sino una realidad…

Feliz año 2016