1
de Enero de 2016. Primer día del año. Día de hacer propósitos, buenos
propósitos, para el año que empieza. Intentar enmendar todo lo hecho (o lo no
hecho) en el año anterior (o en todos los anteriores). Siempre me digo que no
me arrepiento de nada de lo hecho, pero si me arrepiento de lo no hecho, o de
todo lo que queda por hacer.
El
amor, un año más, no ha llegado en el 2015 (ni en el 14, ni en el 13, ni en el
12, ni, ni, ni…). Soy un nini del amor: ni hago ni dejo hacer, ni todo lo
contrario.
Me
he vuelto un solitario casi sin esperanza, con buen humor, porque solo faltaría
no tenerlo, para afrontar esa solitud, ya no sé si buscada o encontrada, no lo
sé ni soy consciente. Forma parte de mi personalidad nini…
Ayer
(o hoy, según se vea), alguien me dijo algo que me hizo reaccionar en mi alma
nini.
Después
de las tradicionales campanadas de Fin de Año y comienzo del nuevo año, en
familia, y brindando por el año nuevo, con nuevas (viejas) esperanzas y buenos
(pero viejos) propósitos para el año nuevo, para este 2016 que se inicia, y que
yo siempre brindo con el añadido “y que el año que viene seamos uno más” (llevo
repitiéndolo los últimos tropecientos años, con la consecuente risotada de los
míos, que ya no me toman en serio para nada), salí con un amigo a tomar algo.
Fuimos
a un local totalmente repleto de gente. Veníamos completamente disfrazados de
un cotillón de un local anterior, donde nos habían acompañado mi hermana y mi
cuñado, con sombrero, gafas de broma, serpentinas y hasta las maracas de
Machín.
Entramos
en el local y, aunque prácticamente no cabía una aguja, logramos hacernos con
una esquina de la barra, esperando a que las atolondradas camareras del local
nos atendieran. Solo miraban pero no tomaban nota de lo que queríamos.
De
pronto, una cara bonita se giró hacia mí, que ya tenía una cierta cara de
desesperación por tomar un gintónic, y me alargó su brazo con una cerveza en la
mano… “Toma”, me dijo, con una bonita sonrisa en su cara, “parece que no te
ven…, a nosotros nos han hecho lo mismo”. Yo sonreí y le dije que se lo
agradecía, pero no, que esperaba a que me atendieran. Y con la mejor de las
sonrisas, y con esa cara bonita que tenía me dijo: “Quítate la capa de la
invisibilidad, y así todos te verán”.
La
capa de la invisibilidad. Esa pequeña muestra de solidaridad etílica propia de
una fiesta de Fin de Año, o de cualquier fiesta de este calibre, me dejó estas
palabras que sonaron en mi cabeza como un bálsamo para mi autocomplacencia,
pero que a la vez se ha convertido en mi primer buen propósito (o en mi primer
intento de realizar un buen propósito) del ejercicio en curso.
Iniciar
el 2016 con el propósito de quitarme la capa de la invisibilidad para que así
todos me vean como soy y me quieran como soy, y así intentar encontrar ese
punto de inflexión que me permita encontrar a ese amor que tanto sueño y que
tanto anhelo. Para que me vean e intenten acceder a ese corazón solitario que
camina sin rumbo fijo por el mundo, y que piensa que es un raro o un extraño,
cuando tantos hay (mal de muchos, consuelo de tontos…), y que se muestra
autocomplaciente con determinadas cosas, debe empezar la aventura de quitarse
el velo de la invisibilidad y empezar a reaccionar para dejar de ser
autocomplaciente y dejar de subestimarse.
A
ver si el año que viene, para Fin de Año, realmente seamos uno más a brindar en
Nochevieja, que no sea un propósito, sino una realidad…
Feliz
año 2016
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