Días de Navidad.
Días de felicidad. ¿O no?
Imagen que se
repite una vez tras otra estos días: vorágine consumista, tiendas llenas de
gente, bolsas de compra aquí y allá… Las tarjetas de crédito sacando humo, pero
no en todas partes aceptan el plástico… A veces hay que llevar efectivo. Vamos
al cajero. Conviviendo con las escenas de gasto incontrolado y de dinero a
raudales saliendo del aparato bancario, ¿quién no ha mirado con cierto
desprecio, miedo o con simple ignorar a esas personas que, con sus cartones
tirados en el suelo, mantas, un carro lleno de pequeñas cosas recuperadas de
los contenedores de basura, cartones de vino barato, refugiados en el cajero
para vencer el crudo frío del invierno…?
Hace dos mil
catorce años, aproximadamente, pues leyenda o verdad, nadie sabe con exactitud
cuando ocurrió, una estrella iluminó el cielo para indicar el lugar de Oriente
donde Jesús nacía. Era un portal, en un establo de Belén. Una imagen de
sencillez, humildad: el padre, José, la madre, María, el asno, el buey, y ese
niño que ha marcado la vida y el devenir de mucha gente desde entonces. Un
legado, religioso o no, que ha marcado la vida de las civilizaciones,
interpretado de múltiples maneras. Pero de la lectura de las Escrituras, se
desprende que ese niño estaba marcado por la buena estrella, una que nos iba a
iluminar, una vida de sencillez y de darlo todo por los demás…
Hoy, dos mil
catorce años después, otra es la “buena estrella” que nos guía: la estrella del
dinero, la codicia, la arrogancia y la corrupción que nuestro bien amado
sistema liberal capitalista nos ha metido dentro de nuestro ideario, nuestro
único mundo, el mundo del consumo desenfrenado, sin rumbo. Estamos destrozando
nuestro mundo, pero da igual, todo sea porque todos tengamos de todo, y quien
no lo tenga que se fastidie.
Nuestro nuevo
portal de la humildad y la sencillez, que podría ser cualquier hogar de
cualquier desahuciado o cualquier persona mayor (o no), sin recursos, y a la
que se mira con condescendencia, siempre buscando la razón para hacer ver que
por algo se encuentra en la situación en la que está, no va a ser otro portal
que el del cajero. Ese cajero que de día es la Meca del despilfarro, y por la
noche es la vivienda de tantos y tantos sin techo, que conviven con aquello que
son sus enseres más cercanos: un montón de cartones, que le aíslan del suelo
helado del invierno de los cajeros, una buena manta para taparse en las horas
de sueño, cualquier objeto que consideran importante, que llevan en carros de
supermercado, muchas veces algún brik de vino barato, para calmar el frío, y
algunas veces, algún perro que les acompaña en su devenir. Y eso quien tiene
suerte de encontrar un cajero abierto. Si no, a dormir en un simple banco de
calle, en algún hueco de parking, o simplemente, en algún sitio donde
refugiarse.
Son personas,
verdaderos Robinsones perdidos en la ciudad, aislados del mundo en general,
menospreciados e ignorados por la mayoría de la gente, expulsados de malos
modos todas las mañanas de esas oficinas bancarias convertidas de noche en
habitaciones, gente que no tiene nada, salvo su dignidad, probablemente
superior a la de los demás mortales que deambulamos por los cajeros, y que los
miramos con una mezcla de miedo y menosprecio. Muchos de ellos son personas que
lo han perdido todo: hogar, trabajo, familia, dinero,… , gente que convive
muchas veces con depresiones, con adicciones provocadas por su soledad y
aislamiento. Gente incluso preparada para competir en esa magnífica sociedad
nuestra, esa magnífica sociedad que permite cada día los desahucios, la pérdida
de poder adquisitivo de los trabajadores, de nuestros mayores, esa magnífica
sociedad competitiva que permite que los mejores emigren de nuestro país, para
acabar trabajando de cualquier cosa en un país extraño, porque en el propio ni
te aprecian ni te ofrecen un trabajo digno, esa sociedad que permite que algunos
se lucren a costa de todos, mientras existe un veinticuatro por ciento de paro
o que exista un tan alto índice de pobreza infantil…
En cambio, estos
Robinsones perdidos en la vorágine del capitalismo salvaje, son dignos. Sí,
aunque se pueda pensar lo contrario, conservan su dignidad intacta. Con sus
defectos, imperfecciones, muchas veces no se dejan torear por el sistema. Ese
sistema que permite que los bancos y cajas, en cuyos cajeros se refugian como
pueden, especulen con los ahorros de miles y miles de personas, que con sus
inversiones en fondos y en productos crediticios de poca fiabilidad nos han
metido en la peor crisis de nuestro tiempo, que está provocando tanto daño en
la economía, pero sobre todo, en la sociedad, que se están embolsando miles de
millones de euros gracias a un rescate hecho a costa de todos nosotros, pero
que además han estado lavando su propio dinero sucio a través de obras sociales
y fundaciones, de las que se enorgullecían y decían que ayudaban a la gente sin
recursos,… ese sistema, permite que cada día se produzcan casos de desahucio y
desatención a la gente sin ningún tipo de recursos.
Mientras tanto, los comunes mortales, que
pensamos que nunca nos va a pasar nada, que no vamos a vivir nunca una
situación como la de los desahuciados o los sin techo, pasamos de largo,
ignoramos esta situación, lo miramos desde la lejanía, como que no nos afecta.
Seguimos tocados por la “buena estrella”, con más o menos solvencia económica,
los señores banqueros nos reciben con mayor o menor atención en sus oficinas,
mientras que, en horario de oficina, evidentemente sin los olorosos sin techo
trastocando el ritmo de nuestras vidas, viven rebuscando entre los
contenedores, mendigando una moneda, un bocadillo, o dormitando en algún banco
de algún parque o alguna plaza, y nosotros, asustados, decimos a nuestros
niños: no te acerques cariño…, haciendo de éstos unos apestados…
Pero sí, hay
alguien que, a pesar de las dificultades, si ayuda a estos Robinsones de
ciudad, que sobreviven a su naufragio personal a pesar de que el oleaje de
nuestra sociedad y que la tormenta de la crisis de nuestro tiempo los intenten
llevar por delante. A ellos, los Robinsones modernos, nuestros supervivientes
sin techo, y a éstos, a esta gente solidaria, a gente anónima que ayuda como
puede, pero también a organizaciones como el Banco de Alimentos, Cáritas, la
Comunidad de San Egidio, a fundaciones como Arrels, una fundación barcelonesa
que vela porque nadie duerma en la calle, como tantas otras, es a quien dedico
este artículo.
Porque en ellos
debería residir la buena estrella. Esa buena estrella que persigue la humildad,
la sencillez, la dignidad… Muchos ven en ellos el fracaso, pero en realidad no
es su fracaso. Es nuestro fracaso, el de la sociedad entera. Nuestra sociedad
del bienestar, que debería velar por éste para que se desarrolle en todos los
estratos sociales, olvida que hay quien no lo tiene. No solamente los sin
techo. También tantas y tantas personas que sobreviven como pueden a la pobreza
extrema.
Nuestro sistema
capitalista liberal, que intentó engañar a la sociedad adoptando medidas
socialdemócratas, adoptando medidas tendentes al bienestar de la sociedad, una
vez vencido el sistema comunista, ha vuelto con ferocidad para eliminar todas
aquellas medidas tendentes al bienestar y la redistribución de la riqueza.
Han crecido de
nuevo las desigualdades sociales. No es que hubieran dejado de existir, sino
que en estos últimos años se han acrecentado. Los ricos son más ricos, los
pobres son más pobres, la clase media se ha empobrecido, la crisis y las nuevas
medidas liberalizadoras impuestas por el sistema financiero internacional la
han empobrecido más, dando rienda suelta al conservadurismo más rimbombante, y
creando un populismo de extremos, que hace peligrar la paz social en nuestra
sociedad. Crece la extrema izquierda y la extrema derecha, dando rienda suelta
a sus discursos más encendidos hacia un sistema cada vez más decrépito y
corrupto, y la sociedad enfadada y cabreada con el sistema, los apoya y los
jalea…
¿Y qué hace nuestro
sistema para mitigar este nuevo populismo? Nada. Al contrario, parece que aún
le conviene para justificar mayores cambios, mayores reformas, para seguir
aumentando el descontento y poder justificar así medidas que conducen a más
represión y menos libertad.
Solo la sociedad
puede mostrar su faceta más humana con la solidaridad. Solo la sociedad puede
poner freno al aumento de la desigualdad. Y no hacen falta revoluciones ni
involuciones. Solo hace falta que entre todos sepamos crear una sociedad más
justa, más equitativa. Es difícil, pero nos debemos poner en ello. Hemos demostrado
una vez tras otra que cuando hace falta nos ponemos en mangas de camisa para
ser solidarios.
Debemos tender
hacia un sistema más cooperativo, más colaborativo, más solidario. Esa es
nuestra buena estrella.
Debemos darle una
patada a este sistema consumista, liberal y capitalista que está aumentando la
desigualdad social. Esa es nuestra estela, la que sigue a la buena estrella.
Y debemos dejar de
ver en la gente como nuestros competidores, y ver a la gente como iguales.
Ése es mi deseo
para el 2015. Que esta sociedad reaccione y sea más solidaria y colaborativa.
Y que cada vez
hayan menos Robinsones sin techo, que sobrevivan al naufragio, y que entre
todos pongamos una isla de solidaridad, un enorme salvavidas… Porque todos
nosotros somos responsables, porque nadie es infalible.
Y que este sistema
nuestro, marcado por la especulación financiera, los rescates al sistema
bancario que nos ha abocado a la crisis más brutal, y por el acrecentamiento de
la desigualdad social, lo cambiemos entre todos…
Una labor difícil…
Nos deberá iluminar la buena estrella…