Según
la tradición cristiana, una estrella guio a los tres Magos de Oriente, Melchor,
Gaspar y Baltasar, al lugar donde nació el Niño Jesús, ese guía que ha regido
los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad, el
cristianismo, con miles de millones de seguidores, hace ya, si nos regimos por
esta tradición, dos mil dieciséis años.
Esos
magos de Oriente traían regalos y presentes en forma de oro, incienso y mirra,
que ahora se manifiestan en la tradición secular de hacer regalos a los niños
en la fecha de la Epifanía del Señor, que se celebra en la fecha del seis de
enero.
Bien,
hasta aquí la tradición. Ahora vamos a hablar de otras personas que también
vienen de Oriente, pero que, para una parte de la población europea son menos
esperados que los magos de Oriente.
Las
guerras, el terrorismo y el hambre y la falta de oportunidades hace que, desde
Oriente, también haya una gran cantidad de gente que, siguiendo la estela de
las estrellas de Europa, esas que forman la bandera de la libertad, la igualdad
y la solidaridad (aunque solo es la teoría), vienen cargados, no de oro,
incienso y mirra, sino de sus parcas pertenencias y una gran dosis de
esperanza, e intentan acceder a ese territorio de paz y de esperanza para
ellos, sin importarles el tremendo riesgo que comporta ser o intentar ser
refugiados sin permiso de entrada, intentar superar todos los obstáculos e
incluso sortear la muerte, que en muchos casos
ha acaecido sobre esta gente.
Europa,
que ahora es territorio de paz y de libertad, ha sido tierra de guerras,
sufrimiento, refugiados y muertos, y tampoco hace tanto tiempo (solo nos hace
falta recordar la reciente guerra de los Balcanes, en los años noventa del
pasado siglo), pero que tuvo, sin duda, sus máximos exponentes en las dos guerras
mundiales del pasado siglo, con millones de muertos y desplazados, y la guerra
fría posterior entre las potencias mundiales.
Esa
Europa que tanto sufrió y que tanto ha luchado por conseguir ese territorio de
paz y libertad, en muchos casos niega ahora la entrada a esos refugiados
sirios, afganos o eritreos, por poner alguna nacionalidad a los refugiados que,
al fin y al cabo, son personas. Sí, personas, como nosotros, a los que no
podemos negar nuestra solidaridad, sobre todo cuando nosotros, por ejemplo, los
españoles, también fuimos emigrantes y refugiados en territorio europeo,
después de nuestra Guerra Civil, del posterior franquismo y de los que
emigraron huyendo de la autarquía económica franquista, que no permitía el
desarrollo como el resto de países occidentales. Fueron miles, millones de
españoles, que fueron refugiados en Europa y América, que salieron con lo
puesto, como en el caso de los refugiados de la guerra, o que salían de sus
pueblos con una maleta de cartón con cuatro trapos para vestirse y huían a las
grandes ciudades, en la emigración interior, o a los países con mayor nivel de
desarrollo, como Suiza o Alemania, en busca de un futuro mejor…
Que
decir de los millones de refugiados que las guerras mundiales y la guerra fría
dejaron en Europa, donde las persecuciones, la pobreza, la guerra o el hambre,
causaron tantos miles de desplazamientos interiores y exteriores dentro de
Europa y hacia América, también buscando un territorio de paz y libertad:
checos, húngaros, polacos…, muchos nacionales de países que ahora rechazan
acoger refugiados dentro de sus países, alegando razones de seguridad, como si
las imágenes de familias enteras, con niños pequeños, ancianos, mujeres y
hombres no nos dieran cuenta de la enorme tragedia que sufren, como si la
imagen de esos barcos sobrecargados de gente, que se hunden en el Egeo y que
provocan víctimas como el pequeño Ailan, no nos sobrecogieran y solo pensáramos
en que pueden ser terroristas o que van a acabar islamizando Europa, como si en
sus mentes estuviera esa idea, solo esa idea, la de invadir, como si lo de
marcharse de su tierra fuera cosa de su gusto y disfrute, y solo pensaran en
invadir a esos países de tan honda tradición.
Oír
a presidentes como el de la República Checa diciendo sandeces sobre la cantidad
de hombres solteros que vienen a invadir Europa, o la imagen de la periodista
húngara zancadilleando a un refugiado con su hijo, nos dan idea de la idea que
estos dirigentes (y algunos de sus nacionales) tienen sobre Europa. Claro que
precisamente esos países son de lo más euroescéptico. Solo hay que ver a los
húngaros, que permiten a una milicia paramilitar recorrer las calles y
perseguir a judíos, gitanos y homosexuales, o las declaraciones eurofóbicas de
los presidentes checo y polaco…
Y,
sobre todo, debemos pensar que Europa también es parte en los conflictos que
obligan a iraquíes, sirios, afganos o eritreos a huir de sus tierras. Cuando ha
convenido por sus intereses económicos o estratégicos, no les ha dolido prenda
intervenir militar o diplomáticamente en sus conflictos internos. Además se
encuentran en el origen de las armas que utilizan para matarse entre ellos.
Pero
hay una culpa aún más grande: en Oriente Medio, el reparto y división después
de la desaparición del Imperio Otomano está en el origen de muchas de las
guerras y conflictos actuales. Y en la actualidad, cuando interesó hacer
contrapeso al Irán chií, no se dudó en armar a suníes o otros grupos para
combatir, y que han sido el origen de Al Qaeda o del Estado Islámico, del que
ahora se hace enemigo público.
Por
cierto, también se habla negativamente de la denominada islamización de Europa
y se estigmatiza a los creyentes en el Islam como si fueran todos sospechosos
de terrorismo, cuando hemos sido los primeros en fomentar cualquier extremismo,
al fomentar el racismo y la xenofobia contra ellos. Y aún nos extraña que haya
jóvenes que se sientan rechazados y quieran radicalizarse…
Pero
no todo en Europa es esa imagen de insolidaridad. También hay imágenes de
solidaridad que nos dan margen de esperanza. Las imágenes de los voluntarios
que prestan sus servicios en el salvamento de personas que vagan en barcuchos y
pateras, ya no solo en el Egeo, sino en el resto del Mediterráneo, así como las
actuaciones de tantas ONG’s y también de algunos gobiernos que sí han abierto
sus fronteras a los refugiados, hacen que aún podamos pensar en un mundo mejor.
2016
puede ser el año de la solidaridad. Hace 2016 los magos de Oriente fueron
solidarios con un niño pobre, nacido en un establo, y que ha marcado, para bien
o no, la vida de tantos y tantos millones de europeos y del resto del mundo.
2016 años después hemos de crear la magia necesaria para que seamos los
europeos los que ahora mostremos nuestra solidaridad.
Que
así sea…