Ante todo, quiero desear a todos aquellos
que seguís este blog FELIZ AÑO 2014.
Os escribo recién estrenado este año 2014,
que viene después de un más que deplorable 2013, y éste, a su vez, de unos
desastrosos 2010, 2011 y 2012, y así podríamos seguir hasta llegar al cabo de
esta crisis actual, de la cual parece que no nos podemos desperezar, no podemos
quitarnos de encima.
La enésima promesa gubernamental de que
estamos saliendo de la recesión suena a broma, cuando día a día vemos como los
más ricos son más ricos, gozan de más beneficios, o incluso salen noticias como
la de que los directivos de las empresas con ERE o cierre inmediato, tales como
Fagor, Panrico o Pescanova, se han subido los sueldos, pese a la precaria
situación de sus empresas y los despidos y bajadas de sueldo que pedían a sus
empleados para “mantener” la viabilidad de las empresas. ¡Menudos
sinvergüenzas!
Los más pobres, lo son cada vez más. A los
despedidos, a los parados de larga duración, aquellos que, cada vez más, acuden
a comedores sociales, a las organizaciones no gubernamentales para pedir ayuda,
porque su situación personal y familiar está cada vez más al límite, que tienen
que acudir al banco de alimentos, o aquellos que cada día rebuscan entre los
contenedores de los desperdicios de los supermercados, o aquellos que, por
falta de pago, se les cortan los servicios básicos, como la luz, el agua o el
gas (ahora en invierno), o a los desahuciados por la falta de pago de las
hipotecas y los alquileres, que se ven obligados a abandonar sus hogares,
teniendo que pagar aun siendo expulsados de sus viviendas, o los que se ven
obligados a malvivir en las calles, refugiándose en cajeros automáticos,…
También aquellos que, viviendo hasta ahora
en una posición más estable, aquella clase media, de pequeños empresarios y
comerciantes, ahogados por la presión fiscal, por la competencia y por la falta
de crédito para reflotar sus negocios, aquellos a los que se ha repercutido
todo el peso de la crisis, junto con la clase obrera (por muy marxista que
quede este término), aquellos comerciantes obligados a subsistir bajo la
presión de las grandes superficies que están haciendo desaparecer los pequeños
negocios de toda la vida, esos pequeños empresarios que tienen que cerrar sus
talleres, sus pequeñas empresas, porque no pueden hacer frente a los pagos a
proveedores, porque la administración u otras empresas pagan a 30, 60 o 90
días, que no tienen créditos de los bancos, a pesar de que las ayudas gubernamentales
y del rescate de la Unión Europea iban, teóricamente, a incentivar el crédito,
que sufren de una manera feroz la presión fiscal, mientras ven que las grandes
fortunas, a base de fondos de inversión o de Sociedades SICAV, que tributan a
un menor porcentaje, están incrementando los beneficios por arriba, mientras
que ellos repercuten fiscalmente el peso de la crisis…
Pero lejos de afrontar la realidad, y solo
basándose en los datos macroeconómicos, el gobierno dice que estamos saliendo
de la recesión. Eso no se lo creen ni ellos. Las cifras les desmienten. El paro
no baja. La pobreza aumenta y las desigualdades sociales, lejos de disminuir,
van cada vez más aceleradamente hacia arriba, crecen de forma exponencial.
Pero hoy, mi recuerdo no es sólo para todo
lo ya nombrado, sino que va para aquellos que se ven obligados a marcharse del
país por la falta de oportunidades. A todos aquellos inmigrantes, sobre todo
sudamericanos que, viendo la actual situación, están volviendo a sus países de
origen, se añade ahora la “expulsión” de la que debería considerarse la mejor o
más preparada de las generaciones de jóvenes, muchos de ellos con una
importante cualificación universitaria, o con una preparación profesional o una
experiencia más que contrastada, que prefieren huir de esta ruina de país a
morir ignorados en esta sociedad, que promueve el ladrillo y los servicios a la
investigación y desarrollo y las innovación (incluso se eliminó el ministerio
que abordaba este sector, la Ciencia y la Tecnología), que no invierte en
infraestructuras, y que prefiere promocionar a una generación mediocre, sin
perspectivas de futuro, que intentar retener a los cerebros y a los
profesionales, que podrían sacar a este país del atolladero, aquellos que si el
gobierno hiciera una apuesta seria por la formación, tanto académica y
profesional, y por los polos de investigación y desarrollo, por el sector
industrial, por la investigación médica, alimentaria,…, no marcharían a
buscarse la vida al extranjero. Ni siquiera aquellos que marchan porque la
falta de trabajo y oportunidades les lleva a aceptar, incluso, cualquier
trabajo o beca en el extranjero, porque creen que allí son más considerados o,
incluso, mejor pagados.
Hace años, me explicaron que las uvas de la
suerte, aquellas que tomamos en las doce campanadas en la Nochevieja, tienen su
origen en los excedentes de uva que, a principios de siglo XX, había en los
campos, sobre todo, del sudeste español.
Hoy, mientras me comía cada una de las uvas
que nos han conducido a este 2014, al que vamos a colmar de esperanzas y buenos
propósitos, me he acordado de nuestros “excedentes” de jóvenes bien preparados
que cada año se “autoexilian” en el extranjero, buscando oportunidades… Esos
que no sobran, no son excedentes, pero al efecto son como si lo fueran, porque
la nefasta gestión del mercado de trabajo y de la formación, y la falta de
oportunidades, los expulsa. Me he acordado de aquel amigo recién doctorado en
Medicina que, como su especialidad no tiene futuro en los hospitales ni centros
de investigación españoles, ha tenido que marchar a Estados Unidos, o aquella
bióloga que sobrevive en París, dedicándose a servir copas en un bar, mientras
disfruta de una precaria beca de investigación,…, y tantos otros “excedentes”,
no de uva, sino de personas que necesitamos como agua de mayo para reflotar
nuestro maltrecho país, esos “excedentes” que prefieren ser “extranjeros”, como
en el anuncio, porque ven que el rumbo de nuestra magnífica tierra es un
verdadero barco a la deriva.
Cada una de esas uvas va dedicada a esas
personas que engrosan aquella masa de gente, que ahora muchos denominan marea granate (por el color granate de
los pasaportes). Cada una de esas uvas es un recuerdo, un rastro que nos
abandona, que ve más progreso fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas.
Vaya entonces mi recuerdo a todas ellas,
esperando que algún día vuelvan para iluminar nuestro futuro. Que cada una de
esas uvas sea una gota de esperanza, de que nuestro país se convierta a una
nueva concepción de la economía, no lastrada por sectores como el ladrillo, y
que apueste por la formación y preparación de profesionales que hagan de
nuestro país una de las economías avanzadas en investigación e innovación, que
no deje perder los proyectos de esta magnífica generación que sólo no
consideraríamos perdida si así se promocionara, una gota de esperanza de salir
realmente de la crisis, que aquellos sobre los que se ha repercutido la crisis
salgan adelante y las desigualdades vayan a la baja.
Pero sólo es esperanza. Hace un año, os
hable del color verde esperanza en esta misma época (os recomiendo que volváis
a leer la entrada titulada Próxima
estación: Esperanza. Sigue siendo igual de actual) Hoy os vuelvo a hablar
de esperanza. Espero que los buenos propósitos se hagan realidad.
F E L I Z A Ñ O 2 0 1
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Ahora os reproduzco un artículo, publicado
en el País el 9 de noviembre de 2013, en que se habla de esta denominada Marea
Granate, una entrevista a uno de sus miembros, Eric Labuske, un joven
autoexiliado en París a causa de esta falta de oportunidades.
CAFÉ CON… ERIC LABUSKE
Miembro de la Marea Granate
“¿Fin de la recesión? La
gente quiere saber si va a comer”
ANA PANTALEONI. EL PAIS.
Sábado, 9 de noviembre de 2013
“Llegué a París, en siete días tenía un
trabajo de recepcionista en un hotel de cuatro estrellas y un salario de 1.700
euros netos”. Eso fue tras enviar 250 currículos en España sin recibir una sola
respuesta. Eric Labuske nació en Madrid hace 25 años, estudió Turismo, habla
cinco idiomas y vive en París. “No me fui, me echaron”, dice convencido. Como
Eric, otros jóvenes han salido de España en los últimos años, expulsados por la
crisis. Y este exilio ha llevado a algunos de ellos a formar parte de un
movimiento que nació hace menos de un año, Marea Granate – en alusión al color
del pasaporte –. “Nos dimos cuenta de que éramos muchos emigrantes españoles en
distintas ciudades europeas y de otros continentes con algo en común: nuestra
huida es forzada. Si no nos vamos, aquí no encontramos ninguna oportunidad”.
Marea Granate está solo empezando. Eric
forma parte de la asamblea de París. Las nuevas tecnologías les permiten estar
conectados y organizar acciones, como un escrache que le montaron a Mariano
Rajoy. “Queremos que haya una coordinación mundial entre asambleas y todo
funciona por Internet. Todavía tenemos muchas lagunas. No hay portavoces,
intentamos huir de los personalismos. En las asambleas locales no somos más de
25 personas”. Eric participa en Barcelona, esta semana, en unas jornadas sobre
el uso de las tecnologías en la emigración que organiza la Universitat Oberta
de Catalunya (UOC) y que le ha permitido volver a su país por unos días.
Los datos dicen que España ha salido de la
recesión: “Es un término económico que se calcula con cifras: ni lo sé ni me
importa. No creo que le importe a ningún ciudadano de a pie. Lo que importa es
saber si puedes encontrar un trabajo. ¿A quién le dice algo ‘salimos de la
recesión’? La gente necesita saber si va a poder comer. El Gobierno utiliza un
lenguaje que no hace más que aumentar la distancia entre la ciudadanía y la
clase política”. A este joven madrileño se le inyectan los ojos de rabia cuando
se acuerda de las palabras de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, quien llamó
“movilidad exterior” a la fuga de jóvenes del país. “Obviamente queremos tener
la opción de salir fuera, pero que sea una opción no una obligación. La culpa
es de la gestión de los Gobiernos. Desde 2008 se han marchado de España más de
700.000 personas censadas”.
Eric dedica parte de su tiempo a Marea
Granate: “No porque estemos fuera tenemos que estar apartados de lo que está
pasando. Queremos opinar y que se nos escuche. Esto es una fuga de cerebros en
toda regla. Han invertido dinero en formarnos y los frutos de nuestra formación
se los llevan Francia, Alemania, Australia…”.
Sentado frente a una taza de café con leche
recuerda una de las acciones que hizo la asamblea en Londres, tomando una
relaxing cup of café con leche el pasado 12 de octubre, mientras que en París
celebraron el día de la antihispanidad en una manifestación con fregonas.
La marcha fue traumática para su familia,
dice Eric. Pero, de momento, no va a regresar. Ahora trabaja como autónomo en
el sector turístico. “Viendo cómo van las cosas, a corto plazo no creo que
vuelva. Ni yo ni nadie. La gente no confía en encontrar aquí algo, y si hay
algo es con plaza de becario, sin sueldo, en condiciones pésimas”.
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