lunes, 6 de enero de 2014

Las doce uvas

   Ante todo, quiero desear a todos aquellos que seguís este blog FELIZ AÑO 2014.

   Os escribo recién estrenado este año 2014, que viene después de un más que deplorable 2013, y éste, a su vez, de unos desastrosos 2010, 2011 y 2012, y así podríamos seguir hasta llegar al cabo de esta crisis actual, de la cual parece que no nos podemos desperezar, no podemos quitarnos de encima.

   La enésima promesa gubernamental de que estamos saliendo de la recesión suena a broma, cuando día a día vemos como los más ricos son más ricos, gozan de más beneficios, o incluso salen noticias como la de que los directivos de las empresas con ERE o cierre inmediato, tales como Fagor, Panrico o Pescanova, se han subido los sueldos, pese a la precaria situación de sus empresas y los despidos y bajadas de sueldo que pedían a sus empleados para “mantener” la viabilidad de las empresas. ¡Menudos sinvergüenzas!

   Los más pobres, lo son cada vez más. A los despedidos, a los parados de larga duración, aquellos que, cada vez más, acuden a comedores sociales, a las organizaciones no gubernamentales para pedir ayuda, porque su situación personal y familiar está cada vez más al límite, que tienen que acudir al banco de alimentos, o aquellos que cada día rebuscan entre los contenedores de los desperdicios de los supermercados, o aquellos que, por falta de pago, se les cortan los servicios básicos, como la luz, el agua o el gas (ahora en invierno), o a los desahuciados por la falta de pago de las hipotecas y los alquileres, que se ven obligados a abandonar sus hogares, teniendo que pagar aun siendo expulsados de sus viviendas, o los que se ven obligados a malvivir en las calles, refugiándose en cajeros automáticos,…

   También aquellos que, viviendo hasta ahora en una posición más estable, aquella clase media, de pequeños empresarios y comerciantes, ahogados por la presión fiscal, por la competencia y por la falta de crédito para reflotar sus negocios, aquellos a los que se ha repercutido todo el peso de la crisis, junto con la clase obrera (por muy marxista que quede este término), aquellos comerciantes obligados a subsistir bajo la presión de las grandes superficies que están haciendo desaparecer los pequeños negocios de toda la vida, esos pequeños empresarios que tienen que cerrar sus talleres, sus pequeñas empresas, porque no pueden hacer frente a los pagos a proveedores, porque la administración u otras empresas pagan a 30, 60 o 90 días, que no tienen créditos de los bancos, a pesar de que las ayudas gubernamentales y del rescate de la Unión Europea iban, teóricamente, a incentivar el crédito, que sufren de una manera feroz la presión fiscal, mientras ven que las grandes fortunas, a base de fondos de inversión o de Sociedades SICAV, que tributan a un menor porcentaje, están incrementando los beneficios por arriba, mientras que ellos repercuten fiscalmente el peso de la crisis…

   Pero lejos de afrontar la realidad, y solo basándose en los datos macroeconómicos, el gobierno dice que estamos saliendo de la recesión. Eso no se lo creen ni ellos. Las cifras les desmienten. El paro no baja. La pobreza aumenta y las desigualdades sociales, lejos de disminuir, van cada vez más aceleradamente hacia arriba, crecen de forma exponencial.

   Pero hoy, mi recuerdo no es sólo para todo lo ya nombrado, sino que va para aquellos que se ven obligados a marcharse del país por la falta de oportunidades. A todos aquellos inmigrantes, sobre todo sudamericanos que, viendo la actual situación, están volviendo a sus países de origen, se añade ahora la “expulsión” de la que debería considerarse la mejor o más preparada de las generaciones de jóvenes, muchos de ellos con una importante cualificación universitaria, o con una preparación profesional o una experiencia más que contrastada, que prefieren huir de esta ruina de país a morir ignorados en esta sociedad, que promueve el ladrillo y los servicios a la investigación y desarrollo y las innovación (incluso se eliminó el ministerio que abordaba este sector, la Ciencia y la Tecnología), que no invierte en infraestructuras, y que prefiere promocionar a una generación mediocre, sin perspectivas de futuro, que intentar retener a los cerebros y a los profesionales, que podrían sacar a este país del atolladero, aquellos que si el gobierno hiciera una apuesta seria por la formación, tanto académica y profesional, y por los polos de investigación y desarrollo, por el sector industrial, por la investigación médica, alimentaria,…, no marcharían a buscarse la vida al extranjero. Ni siquiera aquellos que marchan porque la falta de trabajo y oportunidades les lleva a aceptar, incluso, cualquier trabajo o beca en el extranjero, porque creen que allí son más considerados o, incluso, mejor pagados.

   Hace años, me explicaron que las uvas de la suerte, aquellas que tomamos en las doce campanadas en la Nochevieja, tienen su origen en los excedentes de uva que, a principios de siglo XX, había en los campos, sobre todo, del sudeste español.

   Hoy, mientras me comía cada una de las uvas que nos han conducido a este 2014, al que vamos a colmar de esperanzas y buenos propósitos, me he acordado de nuestros “excedentes” de jóvenes bien preparados que cada año se “autoexilian” en el extranjero, buscando oportunidades… Esos que no sobran, no son excedentes, pero al efecto son como si lo fueran, porque la nefasta gestión del mercado de trabajo y de la formación, y la falta de oportunidades, los expulsa. Me he acordado de aquel amigo recién doctorado en Medicina que, como su especialidad no tiene futuro en los hospitales ni centros de investigación españoles, ha tenido que marchar a Estados Unidos, o aquella bióloga que sobrevive en París, dedicándose a servir copas en un bar, mientras disfruta de una precaria beca de investigación,…, y tantos otros “excedentes”, no de uva, sino de personas que necesitamos como agua de mayo para reflotar nuestro maltrecho país, esos “excedentes” que prefieren ser “extranjeros”, como en el anuncio, porque ven que el rumbo de nuestra magnífica tierra es un verdadero barco a la deriva.

   Cada una de esas uvas va dedicada a esas personas que engrosan aquella masa de gente, que ahora muchos denominan marea granate (por el color granate de los pasaportes). Cada una de esas uvas es un recuerdo, un rastro que nos abandona, que ve más progreso fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas.

   Vaya entonces mi recuerdo a todas ellas, esperando que algún día vuelvan para iluminar nuestro futuro. Que cada una de esas uvas sea una gota de esperanza, de que nuestro país se convierta a una nueva concepción de la economía, no lastrada por sectores como el ladrillo, y que apueste por la formación y preparación de profesionales que hagan de nuestro país una de las economías avanzadas en investigación e innovación, que no deje perder los proyectos de esta magnífica generación que sólo no consideraríamos perdida si así se promocionara, una gota de esperanza de salir realmente de la crisis, que aquellos sobre los que se ha repercutido la crisis salgan adelante y las desigualdades vayan a la baja.

   Pero sólo es esperanza. Hace un año, os hable del color verde esperanza en esta misma época (os recomiendo que volváis a leer la entrada titulada Próxima estación: Esperanza. Sigue siendo igual de actual) Hoy os vuelvo a hablar de esperanza. Espero que los buenos propósitos se hagan realidad.


F E L I Z    A Ñ O     2 0 1 4


   Ahora os reproduzco un artículo, publicado en el País el 9 de noviembre de 2013, en que se habla de esta denominada Marea Granate, una entrevista a uno de sus miembros, Eric Labuske, un joven autoexiliado en París a causa de esta falta de oportunidades.

CAFÉ CON… ERIC LABUSKE

Miembro de la Marea Granate

“¿Fin de la recesión? La gente quiere saber si va a comer”

ANA PANTALEONI. EL PAIS. Sábado, 9 de noviembre de 2013

   “Llegué a París, en siete días tenía un trabajo de recepcionista en un hotel de cuatro estrellas y un salario de 1.700 euros netos”. Eso fue tras enviar 250 currículos en España sin recibir una sola respuesta. Eric Labuske nació en Madrid hace 25 años, estudió Turismo, habla cinco idiomas y vive en París. “No me fui, me echaron”, dice convencido. Como Eric, otros jóvenes han salido de España en los últimos años, expulsados por la crisis. Y este exilio ha llevado a algunos de ellos a formar parte de un movimiento que nació hace menos de un año, Marea Granate – en alusión al color del pasaporte –. “Nos dimos cuenta de que éramos muchos emigrantes españoles en distintas ciudades europeas y de otros continentes con algo en común: nuestra huida es forzada. Si no nos vamos, aquí no encontramos ninguna oportunidad”.

   Marea Granate está solo empezando. Eric forma parte de la asamblea de París. Las nuevas tecnologías les permiten estar conectados y organizar acciones, como un escrache que le montaron a Mariano Rajoy. “Queremos que haya una coordinación mundial entre asambleas y todo funciona por Internet. Todavía tenemos muchas lagunas. No hay portavoces, intentamos huir de los personalismos. En las asambleas locales no somos más de 25 personas”. Eric participa en Barcelona, esta semana, en unas jornadas sobre el uso de las tecnologías en la emigración que organiza la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y que le ha permitido volver a su país por unos días.

   Los datos dicen que España ha salido de la recesión: “Es un término económico que se calcula con cifras: ni lo sé ni me importa. No creo que le importe a ningún ciudadano de a pie. Lo que importa es saber si puedes encontrar un trabajo. ¿A quién le dice algo ‘salimos de la recesión’? La gente necesita saber si va a poder comer. El Gobierno utiliza un lenguaje que no hace más que aumentar la distancia entre la ciudadanía y la clase política”. A este joven madrileño se le inyectan los ojos de rabia cuando se acuerda de las palabras de la ministra de Empleo, Fátima Báñez, quien llamó “movilidad exterior” a la fuga de jóvenes del país. “Obviamente queremos tener la opción de salir fuera, pero que sea una opción no una obligación. La culpa es de la gestión de los Gobiernos. Desde 2008 se han marchado de España más de 700.000 personas censadas”.

   Eric dedica parte de su tiempo a Marea Granate: “No porque estemos fuera tenemos que estar apartados de lo que está pasando. Queremos opinar y que se nos escuche. Esto es una fuga de cerebros en toda regla. Han invertido dinero en formarnos y los frutos de nuestra formación se los llevan Francia, Alemania, Australia…”.

   Sentado frente a una taza de café con leche recuerda una de las acciones que hizo la asamblea en Londres, tomando una relaxing cup of café con leche el pasado 12 de octubre, mientras que en París celebraron el día de la antihispanidad en una manifestación con fregonas.


   La marcha fue traumática para su familia, dice Eric. Pero, de momento, no va a regresar. Ahora trabaja como autónomo en el sector turístico. “Viendo cómo van las cosas, a corto plazo no creo que vuelva. Ni yo ni nadie. La gente no confía en encontrar aquí algo, y si hay algo es con plaza de becario, sin sueldo, en condiciones pésimas”.



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