“Dónde está nuestro error sin solución,
fuiste tú el culpable, o lo fui yo… Ni tú ni nadie nadie puede cambiarme… Mil
campanas suenan en mi corazón, que difícil es pedir perdón… Ni tú ni nadie
nadie puede cambiarme.”
Bonita y real como la vida misma, esta
canción que Olvido Gara, Alaska, puso de moda en los 80, en los años de moda de
la movida madrileña… Recién entrada la transición democrática en España, esa
España demasiado anquilosada después de cuarenta años de dictadura franquista,
que pedía modernización a marchas forzadas, que fue llegando en los últimos
estertores de la dictadura, y que con la llegada de la democracia fueron
aposentándose, poco a poco (quizás demasiado poco a poco) en el corazón de
nuestra sociedad.
Después de muchos años de aislamiento, luego
de tímida apertura, la llegada de esta tímida modernización se abrió camino con
demasiadas dificultades, muchas piedras en ese camino, demasiados años de
atraso en muchos temas.
Muere Franco, llega el Rey, y con él las
ansias de cambio. Se abre el periodo democrático, no sin dificultades, ya que
ese poso se veía en todos los sectores sociales. La Constitución Española, ese
instrumento que debía sustituir las leyes franquistas y los Principios
Fundamentales del Movimiento, iba a ser el punto donde debía pivotar ese camino
nuevo, ese camino hacia la democracia y hacia la europeización de España, que
debía desembocar en una España integrada en la democrática Europa y en la
dinámica de los democráticos países occidentales, aquellos que, a pesar de ver
con desagrado a Franco, lo aceptaron como el último bastión de Occidente, aquel
que no permitió que se impusiera el comunismo.
Con la llegada de Adolfo Suárez a la
presidencia del Gobierno, con Torcuato Fernández Miranda, y otros tantos
actores, provenientes del establishment franquista, pero que facilitaron la
llegada de la democracia a España, empezaron las reuniones del Constituyente,
aquellos que debían redactar la Constitución, que fue aprobada en 1978. Los
Roca i Junyent, Peces Barba, Solé Tura, Manuel Fraga, Herrero de Miñón, Pérez
Llorca, Gabriel Cisneros,…, que fraguaron las bases de la actual España en
democracia, el pilar de la transición. La Ley de Amnistía, la legalización del
Partido Comunista, la convocatoria de las primeras elecciones… Todo parecía
cambiar en la España anquilosada. Pero no sin encontrar piedras en el camino:
huelgas, manifestaciones pro-amnistía, manifestaciones pro-autonomía en
Catalunya o Euskadi, las muertes de los abogados laboralistas en Atocha, la
actuación de grupos de ultraderecha y, en contraposición, de la extrema
izquierda y ETA, ETA, ese mal que nunca acaba, ruido de sables, iglesia
descontenta por la legalización del divorcio, la dimisión de Suárez, el intento
de golpe de Estado de Tejero, ese papel que nunca se aclarará del Rey para
hacer fracasar el golpe militar…
Pero no se puede dudar del éxito de la
transición española. Después de cuarenta años de oscurantismo, la llegada de la
democracia y el periodo de transición fueron un bálsamo para nuestra sociedad.
Evidentemente, no podemos comparar la actual situación, a pesar de la crisis,
con aquellos años. La crisis de los 80, con la desindustrialización de los
altos hornos, la crisis de la minería, el boom posterior basado,
fundamentalmente, en el ladrillo y en el sector servicios, y nuestra actual
crisis, muy globalizada, pero también muy estructural.
Políticamente, hemos vivido el periodo más
calmo de nuestra historia contemporánea, treinta y cinco años, en los que hemos
alternado políticamente: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, tres lustros de
Felipe González, dos legislaturas de José María Aznar, dos legislaturas de José
Luis Rodríguez Zapatero y la actual legislatura con Mariano Rajoy.
También Catalunya ha avanzado
ostensiblemente. La modernización de España destaca, sin duda, en Catalunya.
Esa Catalunya siempre en vanguardia, en vanguardia económica, en vanguardia
política, en vanguardia social, ese motor de España, que ahora todos anhelan
“recuperar”.
Esa Catalunya que ha viajado desde el día en
que Josep Tarradellas descendió de aquel avión, proveniente del exilio y dijo
aquello de “Ja sóc aquí”, el restablecimiento de la Generalitat de Catalunya y
de las principales instituciones catalanas, el estatuto de autonomía de Sau,
las primeras elecciones catalanas que pusieron a Jordi Pujol en el mapa de las
autoridades políticas, un líder, más respetadas de la frágil (aún) democracia
española. Veintitrés años de pujolismo, que finalizaron con unas elecciones que
ganó Pujol en diputados y Pasqual Maragall en votos, desembocó en un
tripartito, en el que se aprobó un nuevo Estatut en 2004, “cepillado” (según
palabras de Alfonso Guerra), tumbado por el Tribunal Constitucional (por el recurso
presentado, entre otros, por el Partido Popular), otro tripartito presidido por
José Montilla, y, tras las elecciones en 2010, la llegada de Artur Mas,
reelegido en 2012 en unas elecciones anticipadas (y presuntamente
plebiscitarias) y toda la actual deriva soberanista, que ha desembocado en la
actual situación, que está a punto de romper el actual statu quo.
Pero, ¿qué es lo que ha pasado entre
Catalunya y España, España y Catalunya, para que hayamos llegado a esta
situación?
Y éste es el motivo de esta serie de
artículos que no he dudado en titular como “La cagaste, Burt Lancaster”. El análisis de la territorialización de
España que ha llevado al actual momento de ruptura. ¿Quién la cago primero?
¿Quién la cagó más? ¿Qué ha pasado para que el actual estado de desafección y
de ruptura haya llegado a verse? Lo advirtió Montilla, debéis tener en cuenta
la desafección de los catalanes. La figura que Enric Juliana denomina el
“català emprenyat”. Ese que, sin ser especialmente independentista, sentirse
igual catalán que español, salió en tromba en la manifestación contra la
sentencia del Tribunal Constitucional, el que salió el 11 de Septiembre de 2012
o en la cadena humana del 11 de Septiembre de 2013, que siente en sus propias
carnes un cierto desprecio por parte de las instituciones centrales, el que
siente que hay demasiados factores que le intentan incomodar, desafectar.
“La cagaste, Burt Lancaster” es, pues, la
historia de un encuentro/desencuentro, que ilustraremos en cuatro partes: una, trataremos de descifrar el Título Octavo
de la Constitución Española, las Disposiciones Adicionales dispuestas en ella,
los primeros años de la democracia, el Estatut de Sau, la reinstauración de la
Generalitat, la autonomización de España, la LOAPA y el golpe de Tejero, y el
“café para todos” y la pax felipista; dos,
la llegada de Aznar, los gritos de “Pujol, enano, habla castellano”, y el
inicio con la segunda legislatura aznarista de la desafección catalana, que
desembocó en el Estatut de 2004; tres,
la llegada de Zapatero y el “aprobaré el Estatuto que salga del Parlamento de
Catalunya”, el recurso del PP, el “cepillado” y la sentencia del Tribunal
Constitucional, que ha llevado a esa desafección total de la que Montilla había
advertido; y cuatro, la situación
actual, la de la ruptura, la de la consulta, esa que debería celebrarse el 9 de
Noviembre de 2014, esa actual deriva soberanista e independentista, y de cuyo
futuro depende toda esta situación actual de ruptura/parálisis/crisis institucional…
Voy a intentar desgranar, de un lado y de
otro, cuales son los motivos que han llevado a la actual situación, y voy a
intentar ser riguroso en mi examen. Voy a intentar ver “donde está nuestro
error sin solución, y si hay un culpable, o lo son los dos”…