Con esta entrada, empieza una serie de entradas donde se va a enjuiciar la situación de la izquierda moderna, esa situación de encrucijada en que se encuentra, totalmente desarbolada por la OPA hostil que el capitalismo y sus expresiones políticas liberales y neoconservadoras. Esta serie de entradas en el blog intentaran analizar el porqué de este desarbolado, porque la izquierda ha perdido su rumbo y como pienso yo que debería volver a recuperar el pulso de la historia. La izquierda aún tiene mucho que decir y que dar que hablar.
Hoy voy a volcar un artículo de opinión, publicado en la Vanguardia (domingo, 1.4.2012) de Lluís Duch (antropólogo y monje de Montserrat) y Albert Chillón (director del Máster en Comunicación, Periodismo y Humanidades de la UAB), titulado La izquierda en su laberinto.
La izquierda en su laberinto
" Lo apuntamos en anteriores artículos, y ahora toca afirmarlo sin rodeos: ha pasado a peor vida la sociedad del riesgo que en los años noventa bautizó Ulrich Beck, sucedida en apenas un lustro por una sociedad del miedo que cunde por doquier. Buena parte de la ciudadanía de a pie tiene miedo, en efecto: miedo del presente, ya que se siente cercada por multitud de asechanzas y mermas; y miedo del futuro, porque el final de esta crisis global y epocal no se atisba y la gente soporta un torturante goteo de malas nuevas, paralizante porque se anuncia sine die. El resultado es desalentador, dado que al trance que sufrimos se añade un clima de desorientación y fatalismo del que también son responsables, en no poca medida, unas izquierdas que han ido vaciándose de su mejor tradición a sí mismas.
Históricamente, las plurales izquierdas han constituido un frente de disidencia y cambio, capital para la democracia. Y su actual vaciamiento obedece a tres razones primordiales. La primera es que
el derrumbe del sovietismo precipitó el arrumbamiento de la utopía socialista y de cualquier horizonte alternativo, alevosamente instado por los poderes celestiales y mundanos. La segunda, que las izquierdas no han atinado a encarar, hasta la fecha, la planetaria metamorfosis que la globalización impone. Y la tercera, que el solar dejado por la caída de su relato emancipador ha sido ocupado por la doctrina única neocon que hoy impera. Tanto es así que las huestes progresistas han perdido buena parte de su aptitud para inspirar vías de crítica y reforma, del todo incapaces de plantear una alternativa de alcance global al orden vigente y apenas capaces de promover remedios que atenúen su feroz deriva. Prueba elocuente de ello es que su mismo lenguaje ha asumido el léxico y la fraseología que el monodiscurso dominante ha tornado común, natural y obvio: en un grado sin duda excesivo, quienes deberían promover la transformación humanista y humanizadora de la sociedad existente – inspirándose, en parte, en sus raíces cristianas – hablan y piensan mediante el idioma del neoconservadurismo reaccionario.
Puede decirse, así las cosas, que esa constelación de partidos, sindicatos, colectivos y movimientos sociales que la metáfora izquierda engloba ha perdido los papeles, y entre ellos las cartografías que durante los dos últimos siglos le permitieron cuestionar el statu quo capitalista y fomentar su palpable reforma y mejora, encarnada en el Estado-providencia resultante del compromiso histórico entre las clases dominantes y las subalternas. Atemperado por el juego entre la socialdemocracia y las derechas civilizadas –apenas una porción de ellas, no se olvide –, a ese capitalismo de rostro y modos relativamente amables le ha sucedido al galope, no obstante, otro de corte desfachatado, salvaje y cínico, que en estos años está arruinando el acervo de conquistas sociales, arrodillando a la sociedad civil y, en suma, consumando sin relevante oposición sus pulsiones deshumanizadoras, nunca abandonadas de hecho.
Para sorpresa de propios y aún de extraños, no son las derechas quienes están siendo castigadas por la quiebra que arrostramos, a pesar de la responsabilidad enorme que cumple achacarles. Son las izquierdas – y ante todo la socialdemocracia – quienes están pagando los platos rotos, anonadadas y desnortadas hasta el punto de mostrarse incapaces de proponer políticas alternativas de auténtico alcance y fuste, e incluso de vindicar los aspectos más valiosos de su legado. Más archipiélago de islotes – verdes, colorados, rosas o violetas – que continente ideológico como antaño, la izquierda residual lleva demasiado tiempo comportándose con ovina inanidad, mucho más dedicada a veleidades éticas y estéticas que a idear y ejercer políticas de fondo.
Además de grave en términos económicos y sociales, la muda en curso es espiritualmente ominosa, porque la falta de un horizonte alternativo angosta la praxis y las conciencias. Urge armar un pensamiento de izquierdas capaz de desvelar las falacias que la ideología única alienta, y de denunciar con clara y alta voz que este neocapitalismo sin riendas esquilma a las clases medias y subalternas en aras de las pudientes. Que desregula beneficios y finanzas al tiempo que hiperregula las vidas, cada vez más precarias. Que convierte al ciudadano en súbdito que se ignora, simple mónada consumidora, insolidaria y competitiva. Que está sustituyendo los viejos totalitarismos policiales por un totalitarismo biopolítico de nueva planta, mucho más sutil, suasorio e invasivo. Que los gobiernos – también los nuestros – podrían y deberían desenmascarar las fuentes del presente estado del malestar, en vez de actuar como comités de gestión que ajustan las tuercas a los más en provecho de los menos.
Sacudido y mutado por la globalización, Occidente precisa que las plurales izquierdas renueven sus pertrechos ideológicos, políticos y morales al hilo de los nuevos tiempos, de acuerdo con su herencia humanista. No para desempolvar sus viejos catecismos sin enmienda, ni para acatar la panideología que hoy cunde, sino a fin de impulsar esa tensión entre lo existente y lo posible sin la que no hay progreso ni democracia que valgan. Ya que, como sostenía Ernst Bloch, toda auténtica realidad es precedida por un sueño".
(Original: artículo de Opinión de Lluís Duch y Albert Chillón. La Vanguardia 01.04.2012)
Tal como se observa en este interesante artículo sobre la problemática actual de la izquierda, sobre su falta de emprendimiento y de visión de la sociedad, la izquierda vive agazapada, como escondiéndose de su pasado, ofreciendo una imagen de izquierda de salón, y aunque no sea moderna la definición, aburguesada, en un lenguaje más coloquial, pija, progre, y lejos de la calle, dejando paso a la monopolítica neoconservadora, recortadora del Estado del bienestar y de los derechos sociales y laborales que se habían obtenido hasta el momento, gracias a la izquierda moderada y socialdemócrata. También se ha afincado el populismo, sobre todo, un populismo de fondo extremo, que echa la culpa de la crisis a diversos factores, como la inmigración, y que ha dado paso a un nuevo reflote de la extrema derecha, una corriente de fondo que no hay que ignorar, y de la que hablaré en otro artículo de blog. También se han multiplicado los movimientos espontáneos de raíz social, a veces radicalizada, como los del 15-M y contra los desahucios, que reflejan el hartazgo de la sociedad contra los partidos tradicionales, pero que se ceban sobre todo en los movimientos de izquierdas, que como he dicho antes, se han vuelto de salón. Movimientos contra los recortes, contra la injusticia social, aquello que, hasta ahora, era el ideario de la izquierda tradicionalmente. Tal como dice Raffaele Simone en un artículo publicado en el diario Público, en el que promociona su libro El monstruo amable. ¿El mundo se vuelve de derechas? (Taurus ed.), la falta de movilización de la izquierda subyugada por la derecha "amable" ha hecho que el electorado tradicional y natural de la izquierda se haya evaporado. Afirma que es evidente la importante brecha abierta entre la clase política y la calle, porque nadie ha tenido en cuenta las reivindicaciones de la calle. La izquierda se ha alejado de la calle. A la sociedad se deja de interesar por los mecanismos democráticos y hay una corriente de fondo, el ciudadano cabreado, que puede querer acabar por no querer partidos, con lo preocupante que puede llegar a ser el populismo. Los políticos deberían saber leer la corriente de fondo que se ha creado en la sociedad. Deberían bajar más a la calle, oír lo que la gente reclama, parar los pies a aquellos que quieren acabar con la sociedad del bienestar, que con la excusa de la austeridad y el control del déficit se están cargando aquello que significó un gran paso adelante en nuestra sociedad occidental en cuanto a sanidad, educación, servicios sociales y públicos, y la izquierda, como movimiento natural del ciudadano de a pie, debería ser esa barrera antineocon, la que debería aplicarse en buscar alternativas y en leer esa corriente de fondo. Si no lo hace, morirá en el salón, y en la calle, la radicalidad puede devenir, de manera preocupante, mientras otros, desde sus poltronas, beben y disfrutan viendo el espectáculo.