Con esta entrada, empiezo
una serie que voy a dedicar al clima y a fenómenos naturales en general. En
esta primera entrada, os voy a hablar de un fenómeno típica y claramente
urbano: la denominada “isla de calor”. Para ello, para documentarnos, acudo a la
obra de Mª del Carmen Moreno García, profesora de Climatología en la Facultad
de Geografía de la Universidad de Barcelona, Estudio del clima urbano de
Barcelona: la “isla de calor”.
El fenómeno de la “isla
de calor” es el efecto más evidente y, también, el mejor estudiado, de la
modificación climática inducida por la urbanización. El fenómeno de la “isla de
calor” o “isla térmica” urbana consiste en que las ciudades suelen ser,
especialmente de noche, más cálidas que el medio rural o menos urbanizado que
las rodea. Singularmente, el área urbana que presenta temperaturas más elevadas
suele coincidir con el centro de las ciudades, allí donde las construcciones y
los edificios forman un conjunto espeso y compacto. Si se representa
gráficamente la distribución espacial de la temperatura mediante isolíneas se
ve, en general, como las isotermas presentan una disposición concéntrica
alrededor del centro urbano, señalando un área de temperaturas más elevadas,
por lo que es acertada y gráfica la denominación. Se trata, en resumen, de una
anomalía térmica positiva en los centros de las ciudades producida por ellas
mismas.
¿Cuáles son sus causas?
Se pueden resumir en las siguientes:
1) Un
mayor almacenamiento de calor durante el día en la ciudad, gracias a las
propiedades térmicas y caloríficas de los materiales de construcción urbanos, y
su devolución a la atmósfera durante la noche. En comparación con los suelos
naturales, los materiales de construcción como el cemento, ladrillo, hormigón,
asfalto,…, se caracterizan por tener una mayor capacidad calorífica, además de
una mayor conductividad térmica, lo que les convierte en unos buenos
almacenadores de calor.
2) La
producción de calor antropogénico (calefacción, industria, transporte,
alumbrado,…), que influye notablemente sobre la temperatura del aire urbano en
relación con la de sus áreas circundantes.
3) La
disminución de la evaporación, debido a la sustitución de la superficie
originaria por un suelo pavimentado y a la eficacia de los sistemas de drenaje
urbanos (alcantarillado,…) y la reducción de la cubierta vegetal, habiendo un
importante cambio en el modelo hídrico. Al sustituir una superficie como la
vegetal por una artificial, menos porosa y que produce una rápida escorrentía,
así como la eficacia de los sistemas de drenaje urbanos, elimina precisamente
la posibilidad de almacenamiento de agua en el suelo y su evaporación.
4) Una
menor pérdida de calor sensible, debido a la reducción de la velocidad del viento
originada por los edificios, que resultan ser un elemento perturbador de los
flujos aéreos.
5) Un
aumento de la absorción de radiación solar, debido a la “captura” que produce
la singular geometría de calles y edificios, que contribuye a un albedo
relativamente bajo, al producirse múltiples reflexiones en las fachadas, tejados
y el suelo, con lo que la radiación incidente queda atrapada y, por tanto,
genera un aumento de la absorción de la radiación solar.
6) Una
disminución de la pérdida de calor durante la noche por irradiación, debido
también a las características geométricas de calles y edificios, que reducen el
factor de visión del cielo.
7) Un
aumento de la radiación de onda larga que es absorbida y reemitida hacia el
suelo por la contaminada atmósfera urbana. La presencia de una capa de
contaminación en la atmósfera urbana origina también una alteración en los
flujos de radiación. La radiación de onda larga emitida del suelo hacia la
atmósfera, ante el obstáculo de la capa contaminada, es absorbida en cierta
proporción por ella, que la vuelve a remitir hacia el suelo.
Este fenómeno es más
apreciado durante el invierno, pocas horas después de la puesta del sol, con
una situación de calma anticiclónica y escasa nubosidad o bien con vientos
débiles y cielos poco nubosos o despejados.
Una vez que el fenómeno
de la “isla de calor” se ha originado, queda caracterizado por tres parámetros:
intensidad, forma o configuración y la localización del máximo térmico,
variando en función de cuatro tipos de factores: 1) temporales, que hacen
referencia al momento del día y a la época del año; 2) meteorológicos,
relativos al estado del tiempo; 3) geográficos, como localización y topografía;
4) urbanos, o según las características especiales de cada ciudad.
Las consecuencias de la
“isla de calor” pueden ser de diversos tipos: meteorológicas, biológicas y
económicas, cuyos impactos son, en algunos casos, positivos y en otros
negativos.
El efecto más destacable,
meteorológicamente hablando, es la formación de un fenómeno de convección
urbana, por el calentamiento de la ciudad, que favorecería la formación de
nubosidad y hasta la de la precipitación. El tiro convectivo vertical se
alimenta en superficie por la afluencia de viento desde la periferia hacia el
centro urbano, lo que se denomina “brisa urbana”. Otro efecto es la disminución
de la frecuencia y duración de las nevadas en las áreas urbanas. Otra
consecuencia meteorológica que, a su vez, tiene también implicaciones
económicas es el bajo valor alcanzado por los grados/día por encima de un
umbral en las áreas urbanas en comparación con los alrededores. Esta
disminución de los grados/día repercute en el consumo energético de una manera
positiva, ya que reduce la necesidad de calefacción durante el invierno, y por
el contrario, durante el verano incrementa la demanda de aire acondicionado en
horas nocturnas.
Las consecuencias
biológicas están referidas, básicamente, al crecimiento de plantas y árboles en
la ciudad. La isla de calor provoca que los periodos libres de heladas se
alarguen, lo cual repercute en los periodos de crecimiento y floración, así
como la existencia y proliferación de ciertas especies exóticas o tropicales en
los parques y jardines. También sucede en el caso de aves y pájaros, atraídos
por el ambiente urbano relativamente cálido, como en el caso de Barcelona, con
la proliferación de cotorras, loros y papagayos, que vinieron como aves
exóticas, y que cada vez forman más parte de nuestro paisaje urbano.