Hoy os vuelco una interesante entrevista que se publicó en la Contra de La Vanguardia, el pasado 10 de noviembre de 2012, que el periodista Lluís Amiguet hace a Lilian Thuram, exjugador del FC Barcelona, y que algunos han calificado como "un pensador que juega al fútbol" y que ha escrito un libro Mis estrellas negras, en el cual trata sobre el racismo y aquellos que luchan contra éste y los demás prejuicios de exclusión. Interesante artículo para leer en estos tiempos, en que, con la crisis económica y de valores, parece que hay un rebrote del fascismo y las –fobias, que amenaza con ser un problema grave en la sociedad europea de esta primera etapa del siglo XXI.
L.T.: Mi madre nos tuvo a cinco hijos de cinco padres diferentes… ¿Y sabe por qué?
L.A.: ¿…?
L.T.: Porque, según el código de la esclavitud, era la madre la que transmitía a los hijos la esclavitud o la libertad. No importaba si el padre era libre o esclavo. Por eso la madre antillana es allí la institución familiar: mujeres fuertes como mi madre.
L.A.: La primera heroína de su libro.
L.T.: Yo tenía cinco años cuando mamá nos dijo que se iba a trabajar a París y que volvería a buscarnos. Tuvo el coraje de perseguir un sueño, con sus contradicciones también.
L.A.: Cuéntenos.
L.T.: Cuando llegamos a París, en la tele daban unos dibujos de una vaca negra muy tonta y una vaca blanca muy lista. Y los niños del cole se reían de mí. Yo le pregunté a mi madre por qué a los negros nos hacían aparecer como estúpidos en todas partes.
L.A.: ¿Qué le respondió?
L.T.: "Hijo, la gente es racista y eso no cambiará".
L.A.: ¿Y usted se resignó como ella?
L.T.: ¡Jamás he aceptado aquella frase! Y le he dado muchas vueltas. Al final, he llegado a la conclusión de que algunos humanos no desprecian a otros seres humanos por ser negros, azules o amarillos…
L.A.: ¿Por qué los desprecian entonces?
L.T.: Porque hay grupos que aprenden a aplicar esa lógica para explotar a los otros. Necesitan, por tanto, inventarse siempre un los otros. Y una vez se convencen y logran convencer a los otros de que son diferentes – diferentes siempre quiere decir inferiores – intentan aprovecharse de esa diferencia.
L.A.: Todo muy humano, en efecto.
L.T.: Da igual la razón por la que te incluyan o te excluyan de un grupo: por ser negro, mujer, homosexual, judío, gitano, llevar gafas o ser del pueblo de al lado. Es lo de menos.
L.A.: Pero si no lo crees, es falso.
L.T.: Pero si se interioriza esa lógica acomplejada, los negros o los homosexuales o los que llevan gafas acaban sintiéndose y por tanto siendo inferiores de verdad. Y así te convierten en prisionero de su cárcel identitaria.
L.A.: Pues ya puestos, mejor ser superior.
L.T.: No, porque esa lógica esclaviza también a los superiores: al aceptarla, aceptan que siempre tienen a alguien más superior todavía; igual que los inferiores siempre encuentran otro grupo que despreciar. Los negros antillanos creían que los negros africanos eran "salvajes incultos" y los blancos criollos se sentían superiores a los negros, pero inferiores a los "blancos de París".
L.A.: Siempre hay alguien con mejor acento o una genética más pura que tú.
L.T.: Sólo si entras en su juego. Pero si te educas y lees y estudias, descubres que esa lógica es una estupidez, porque no hay naciones ni razas mejores o peores, pero sí hay personas que se esfuerzan por educarse – y así liberarse de complejos – más que otras.
L.A.: Y toda pureza es una mezcla olvidada.
L.T.: Si estudias tus raíces y descubres esa gran verdad, puedes reírte un rato de los puros.
L.A.: Por ejemplo…
L.T.: ¡El mito del pene gigante de los africanos!
L.A.: ¡…!
L.T.: Es una proyección perversa de ese complejo de superioridad blanco.
L.A.: ¿En qué sentido?
L.T.: Lo describió muy bien el psiquiatra Franz Fanon, otro de los héroes negros de mi libro, al revelar los mecanismos del complejo de superioridad-inferioridad colectivo.
L.A.: ¿El tamaño acredita o desacredita?
L.T.: Quien propaga esa sandez lo hace porque lo cree un atributo monstruoso que provoca o miedo o hilaridad y confirma el "salvajismo" y el peligro de los africanos. De paso, excita su morbo con fantasías masoquistas.
L.A.: Cuando habrá de todo, como en todo.
L.T.: Serían idioteces si no fueran peligrosas: esas tonterías de que los franceses son así y los españoles asá, o los catalanes o los italianos o los turineses… trabajan más o menos…
L.A.: Entre un francés y cualquier otro francés hay más diferencias que entre el grupo de los franceses y el de los españoles.
L.T.: Pero podemos combatir esos perversos clichés con una educación para la libertad que afirme la igualdad en la diversidad. Todos tenemos los mismos derechos y deberes aunque seamos diversos en nuestras identidades.
L.A.: ¿Cómo combate usted los prejuicios?
L.T.: Ayudo a explicar a los niños que ser de un color, nación. Barrio o escalera no te hace mejor que ser de otro, porque si aceptas que eres mejor que los del otro país, también aceptarás que eres peor que los de otro.
L.A.: ¿Por qué una persona puede llegar a aceptar que es inferior a otra?
L.T.: Por pura ignorancia. Y citaré con orgullo aquí a Harriet Tubman, otra de mis heroínas: "Los únicos esclavos que no he podido liberar son los que no sabían que lo eran". Hoy somos esclavos de malos políticos que inventan superioridades para establecer un poder del que se apropian.
L.A.: ¿Sarkozy le ofreció un ministerio?
L.T.: El de "Diversidad", pero le dije que no, porque su gobierno no la protegía. Y felicito a Obama, pero también les recuerdo que si hoy hay un Obama es porque en 1872 hubi un Douglass: primer candidato negro a la presidencia de los Estados Unidos.
(Entrevista Lluís Amiguet. La Vanguardia, 10.11.2012 La Contra)
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